sábado, 14 de febrero de 2015

LA MAYORÍA INTIMIDADA

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 07.10.11


DESDE hace casi seis meses asistimos en Madrid a un espectáculo grotesco. Que los ciudadanos parecen aceptar con inmensa paciencia o resignación. Y que considero fuera de lugar, dignas de mejor causa y perfectamente contraproducentes para la convivencia y para la higiene democrática. Pequeños grupos de manifestantes, unas veces un par de miles, otras unas docenas, se concentran en alguna calle o plaza del centro de Madrid. Convocados con un motivo u otro, pero siempre por los mismos con variable ensalada de letras, enarbolan un par de pancartas, dan una serie de gritos, insultan a sus enemigos, preferentemente a la presidenta de la Comunidad, y después, con algún pretexto o sin él, bajan a la calzada y cortan el tráfico. Y el centro de Madrid se colapsa parcial o totalmente. Hasta que los manifestantes se aburren. O les convence alguno de los pacientes oficiales de la Policía Municipal de que ya está bien, por favor. Todo empezó con el célebre 15-M, una movilización de españoles descontentos, rápidamente secuestrada por elementos izquierdistas y antisistema. Se les permitió incumplir la ley de forma continuada y flagrante durante semanas en la Puerta del Sol y decenas de puntos en toda España. La legitimación de estos grupos —que por el hecho de violar la ley y también los derechos de otros ciudadanos ejercen la violencia— por parte del Gobierno socialista y un coro mediático incansable, llevó a su proliferación y a la asumida impunidad de sus actos delictivos. Y la mayoría de los ciudadanos, incluidos los más perjudicados por la agresión, como los comerciantes de Sol, eran conminados a callar, aguantar o admitir ser tachados de intolerantes o cosas peores. Pues seis meses más tarde parece que el fenómeno poco menos que se ha institucionalizado. Y los ciudadanos corremos el riesgo de acostumbrarnos a que unas minúsculas minorías nos condicionen la vida y nos importunen siempre que quieran hacernos participar de sus insatisfacciones, sus agravios reales o imaginados. Con total desprecio a nuestro derecho al orden, a la libre circulación y al uso de la vía y los espacios públicos. La Policía parece haber dejado de ser un instrumento del Estado para hacer cumplir la ley y proteger los derechos de los ciudadanos. Y haberse convertido en un somatén uniformado de un Gobierno que la utiliza según conveniencia política. Para cultivar a una clientela potencial, alimentar grupos que puedan servirle para nuevos escenarios en el futuro o mero cálculo electoral. Ha sucedido siempre en las huelgas en nuestro país. Piquetes sindicales imponen la paralización del trabajo en abierta violación de los derechos de los demás, que muchas veces son mayoría. Mayoría siempre intimidada. Ahora se trata de imponernos un permanente estado de excepción en la calle en el que estas minorías impongan su ley y su orden o desorden.

Esto no puede funcionar así. Si no queremos que el desprecio a la mayoría que ya practican con impunidad estos grupos en la calle se convierta pronto en desprecio a la mayoría electa. Y se haga tarea imposible que se apliquen en este país las decisiones del Gobierno que la mayoría de los españoles decidan elegir. Aquí hay muchos que ven el juego perdido y ahora quieren romper la baraja. La ley es el marco en el que deben dirimirse litigios y cuitas. Porque si no es así y el Estado no cumple con su deber como ahora sucede, cualquier día habrá quienes desde la mayoría decidan defenderse ante la permanente agresión. Respeto a las minorías, todo. Pero la mayoría también lo exige. Si el Estado renuncia al monopolio de la violencia, toda nuestra estructura de convivencia se puede venir abajo.

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