ABC Martes, 04.10.11
ES muy probable que sea eso lo que esté pensando el
candidato socialista, Alfredo, Pérez o Rubalcaba; los tres nombres que ya ha
quemado por separado y son ya menos que humo. Cuando aun no ha comenzado la
campaña. «Si lo sé no vengo». La travesía ya parece eterna en lo que ha ido del
«llamadme Alfredo» al «señor Rubalcaba», si no le importa. Y lo que queda.
Cincuenta días para ese 20N en el que quería salvar los muebles y parece que
romperá todos los suelos. La sensación de fracaso se extiende de forma
continua, terca y penetrante desde el verano. Su omnipresencia en la televisión
pública sólo ayuda a hacerlo más evidente, más inequívoco. ¡Qué fiasco! ¡Con lo
gran hombre en la sombra que había sido! El hombre que sabe de todo.
Inteligentísimo él, se decía. De esa fama había gozado tantos años que nadie
sabe ya en qué se basaba. Sí sabemos que fue urdidor de la campaña de acoso
callejero a las sedes del Partido Popular en la jornada prelectoral del 14M. Y
que en aquellos días movió muchos hilos de intriga con mandos policiales
socialistas que los Gobiernos del PP habían dejado intactos en el aparato del
Ministerio del Interior. Pero más allá de eso y de sus conexiones con el lobby
Prisa, nadie sabe explicar los méritos reales del oscuro personaje. Tienen
que ver con esa confusión de valores en nuestra sociedad en la que la trampa
tiene prestigio, el embuste es una gesta y la traición, pragmatismo. De ahí la
admiración social de que gozan tantos listos, tramposos y trincones. Algunos
consideran este triste fenómeno una consecuencia de la picaresca. Otros sólo
vemos la corrupción moral actual, la falta de referentes de probidad y el
fracaso de las elites en su deber ejemplarizante. En ese sentido, Rubalcaba ha
sido en la política siempre el pícaro triunfante. El más tramposo de la
cuadrilla, el listo por antonomasia.
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