ABC 14.09.12
Una sociedad sin un mínimo de compromiso emocional con las
leyes basadas en la razón no es nada
HEINRICH Heine, el gran poeta judío alemán fue, además del
genio del romanticismo y enterrador del mismo, un vitriólico periodista y agudo
ensayista. Nacido en pleno reino del terror político francés en la afrancesada
Renania y muerto en el exilio en París, la revolución francesa y la lucha por
la libertad fueron para él, como judío, como alemán, como europeo, como poeta y
como agitador, más que una obsesión. Y fue siempre y hasta el final un
indomable defensor de los derechos ciudadanos, enemigo del absolutismo y
pesadilla de Metternich en la Europa postnapoleónica. Pero muy pronto vio los
peligros del delirio emancipador francés, los horrores que genera la tiranía de
la libertad sin cauce ni medida y ante todo, los monstruos que generan las
pasiones populares y la dictadura del sentimiento. El siglo de las luces y de
la razón había dado paso al de la pasión y el romanticismo, dos monstruos que
pronto escaparían al control de poetas, políticos visionarios y líderes
populares para adueñarse de los pueblos. Esas pasiones capturarían almas y
corazones de las masas y habrían de crecer sin cesar en el XIX hasta
convertirse en las fuerzas que hicieron después del siglo XX una concatenación
de carnicería humana sin precedentes en la historia de la humanidad. Siempre
con afanes salvadores, siempre con fines redentores, siempre bajo la
incontestable bandera del bien absoluto y la felicidad, los totalitarismos
surgían de aquellas efervescencias de sentimientos compartidos por millones.
Heine advirtió contra el horror de las pasiones políticas que quiebran la
razón. Hasta el punto de que algunas frases suyas son escalofriante prognosis
de espantos por llegar. Una de ellas sin duda la célebre: «Allí donde se queman
libros se acaba quemando personas». Rüdiger Safranski, historiador y filófoso
publicó hace un lustro su libro «Romantik, eine deutsche affäre· (Romanticismo,
un asunto alemán). En él se estudia como nunca antes la evolución terrible del
idealismo y del romanticismo hacia los sentimientos populares y nacionales y el
fanatismo ideológico que nos lleva por la senda totalitaria hacia Auschwitz.
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