Desde El Cairo
ABC 06.02.11
Miembros del Gobierno y personalidades cercanas a la
oposición se preparan para el «día después» de Mubarak
La
plaza de Tahrir otra vez llena, con decenas de miles de egipcios llegándose
hasta allí durante todo el sábado para mostrar su solidaridad y apoyo a los
manifestantes que la defienden, y llevarles suministros de agua, carne, pan,
mantas y ropa. El ejército redobló por la mañana sus controles para
filtrar a quienes accedían a la plaza. Y, más allá de
diversos incidentes aislados, el momento de mayor zozobra se produjo cuando el
ejército retiró algunos vehículos carbonizados de los accesos a la plaza e hizo
ademanes de retirar algunos de sus blindados. Grupos de manifestantes bloquearon
las salidas para intentar impedir que estos se fueran. Y los soldados
recibieron al parecer contraorden porque seguían allí ya entrada la noche.
Y en los pasillos oficiales en
El Cairo, Washington y cancillerías de todo el mundo, reuniones y prisas por
aprovechar la relativa calma de las últimas 48 horas para desactivar una
reactivación de la violencia. En la cúpula del régimen, aparte de las presiones para que dimita Mubarak,
comenzó ayer un rosario de dimisiones de miembros del oficialista Partido
Nacional Democrático, incluido su secretario general, Gamal Mubarak, hijo y
heredero in péctore, ha abandonado el partido. Que el viernes no se convirtiera
en una jornada negra para la historia de Egipto ya lo consideran muchos una
gran victoria. Porque, con cerca de un millón de manifestantes atestando una
plaza que se habría convertido en una mortal ratonera con el mínimo brote de
violencia, las posibilidades de desestabilización eran inmensas.
Ayer de hecho estaban ya tanto
los miembros del Gobierno como personalidades cercanas a la oposición y los
propios manifestantes haciendo sus primeros intercambios de posiciones, preparándose para el día después de Mubarak. Él sigue al parecer sin dar el brazo a
torcer. Y los manifestantes mantienen su postura de que no habrá negociaciones
reales ni avances hasta que no se cumpla la premisa innegociable de la retirada
de Mubarak de la jefatura del Estado. Ayer en la Plaza Tahrir los manifestantes
hablaban de varias iniciativas para impedir una supuesta estrategia del poder
de asfixiar la manifestación en los próximos días.
La
prensa, acosada
Los periodistas se han
convertido en noticia. Y eso nunca suele ser bueno. Se han convertido en
objetivo declarado de los matones del régimen de Hosni Mubarak. Los culpan de transmitir
una imagen negativa del régimen y del país en general y de simpatizar
abiertamente con las fuerzas que exigen la caída del presidente. El
vicepresidente Omar Suleiman añadió leña a fuego al hablar de medios «de países amigos que han enviado a periodistas
enemigos». Dicen que sólo se refería a Al Yasira. Pero el
mensaje había cuajado. La intimidación y las agresiones proceden de la cúpula
del régimen. Encargados de ello han sido policías de paisanos, servicios de
información, funcionarios del partido y el «lumpen» movilizado y pagado para
atacar a la oposición. ¿Qué siente un finlandés, holandés o español si unos
individuos sin identificar lo sacan de su coche, lo golpean, lo meten en otro,
lo llevan a un sótano, pasa allí cuatro horas hasta que lo recogen unos
extraños uniformados que lo llevan a una comisaría en la que espera horas a que
le recojan mientras escucha gritos y aullidos de otros detenidos? Lo mismo que
cualquier iraquí que desafiara al régimen en los pasados treinta años. A todos
ha sorprendido que un régimen tan ducho en labores de relaciones públicas haya
actuado así.
Pero también debiera sorprender
la sorpresa de los afectados. Porque partiendo de que se trata de una operación
condenable, repugnante, totalitaria y criminal: ¿qué esperaban? Acuden a una revolución que pretende acabar con una dictadura.
En sus 30 años de vida, ésta ha generado millones de beneficiarios. Ahora todos
ellos ven en peligro sus medios de enriquecimiento o de mera existencia. Les
sucede por igual a generales y magnates del entorno del presidente, a
comerciantes cómodos con Mubarak y temerosos del islamismo, al último
funcionario chivato, policía o portero de empresa pública. Tienen miedo por
ellos y por sus hijos. Y muchos de ellos están dispuestos a matar para mantener
sus privilegios o su mera seguridad, por pobres que sean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario