jueves, 12 de febrero de 2015

LA PLAZA TAHRIR AGUARDA

Por HERMANN TERTSCH
Desde El Cairo
ABC  06.02.11


Miembros del Gobierno y personalidades cercanas a la oposición se preparan para el «día después» de Mubarak


La plaza de Tahrir otra vez llena, con decenas de miles de egipcios llegándose hasta allí durante todo el sábado para mostrar su solidaridad y apoyo a los manifestantes que la defienden, y llevarles suministros de agua, carne, pan, mantas y ropa. El ejército redobló por la mañana sus controles para filtrar a quienes accedían a la plaza. Y, más allá de diversos incidentes aislados, el momento de mayor zozobra se produjo cuando el ejército retiró algunos vehículos carbonizados de los accesos a la plaza e hizo ademanes de retirar algunos de sus blindados. Grupos de manifestantes bloquearon las salidas para intentar impedir que estos se fueran. Y los soldados recibieron al parecer contraorden porque seguían allí ya entrada la noche.

Y en los pasillos oficiales en El Cairo, Washington y cancillerías de todo el mundo, reuniones y prisas por aprovechar la relativa calma de las últimas 48 horas para desactivar una reactivación de la violencia. En la cúpula del régimen, aparte de las presiones para que dimita Mubarak, comenzó ayer un rosario de dimisiones de miembros del oficialista Partido Nacional Democrático, incluido su secretario general, Gamal Mubarak, hijo y heredero in péctore, ha abandonado el partido. Que el viernes no se convirtiera en una jornada negra para la historia de Egipto ya lo consideran muchos una gran victoria. Porque, con cerca de un millón de manifestantes atestando una plaza que se habría convertido en una mortal ratonera con el mínimo brote de violencia, las posibilidades de desestabilización eran inmensas.

Ayer de hecho estaban ya tanto los miembros del Gobierno como personalidades cercanas a la oposición y los propios manifestantes haciendo sus primeros intercambios de posiciones, preparándose para el día después de Mubarak. Él sigue al parecer sin dar el brazo a torcer. Y los manifestantes mantienen su postura de que no habrá negociaciones reales ni avances hasta que no se cumpla la premisa innegociable de la retirada de Mubarak de la jefatura del Estado. Ayer en la Plaza Tahrir los manifestantes hablaban de varias iniciativas para impedir una supuesta estrategia del poder de asfixiar la manifestación en los próximos días.

La prensa, acosada
Los periodistas se han convertido en noticia. Y eso nunca suele ser bueno. Se han convertido en objetivo declarado de los matones del régimen de Hosni Mubarak. Los culpan de transmitir una imagen negativa del régimen y del país en general y de simpatizar abiertamente con las fuerzas que exigen la caída del presidente. El vicepresidente Omar Suleiman añadió leña a fuego al hablar de medios «de países amigos que han enviado a periodistas enemigos». Dicen que sólo se refería a Al Yasira. Pero el mensaje había cuajado. La intimidación y las agresiones proceden de la cúpula del régimen. Encargados de ello han sido policías de paisanos, servicios de información, funcionarios del partido y el «lumpen» movilizado y pagado para atacar a la oposición. ¿Qué siente un finlandés, holandés o español si unos individuos sin identificar lo sacan de su coche, lo golpean, lo meten en otro, lo llevan a un sótano, pasa allí cuatro horas hasta que lo recogen unos extraños uniformados que lo llevan a una comisaría en la que espera horas a que le recojan mientras escucha gritos y aullidos de otros detenidos? Lo mismo que cualquier iraquí que desafiara al régimen en los pasados treinta años. A todos ha sorprendido que un régimen tan ducho en labores de relaciones públicas haya actuado así.

Pero también debiera sorprender la sorpresa de los afectados. Porque partiendo de que se trata de una operación condenable, repugnante, totalitaria y criminal: ¿qué esperaban? Acuden a una revolución que pretende acabar con una dictadura. En sus 30 años de vida, ésta ha generado millones de beneficiarios. Ahora todos ellos ven en peligro sus medios de enriquecimiento o de mera existencia. Les sucede por igual a generales y magnates del entorno del presidente, a comerciantes cómodos con Mubarak y temerosos del islamismo, al último funcionario chivato, policía o portero de empresa pública. Tienen miedo por ellos y por sus hijos. Y muchos de ellos están dispuestos a matar para mantener sus privilegios o su mera seguridad, por pobres que sean.

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