jueves, 12 de febrero de 2015

«YO Y EL CAOS»

Por HERMANN TERTSCH
Desde El Cairo
ABC  05.02.11


Es general la convicción de que Mubarak no aguantará mucho más tiempo

Los que ganan  Los militares van a ganar esta partida. El Ejército de Mubarak y su hombre fuerte, Omar Suleiman, serán árbitros del futuro

Humillación  Nadie quiere asumir la responsabilidad de una humillación del jefe del Estado, que podría repercutir sobre la imagen de las Fuerzas Armadas


El pulso continúa. Nadie sabe cuándo será el día en que Hosni Mubarak se avenga a dejar oficialmente la presidencia. Podría ser hoy, dicen unos. Podría ser en días o semanas, según otros. Pero es general la convicción también en su entorno de que es absolutamente irreal el proyecto del presidente de Mubarak de agotar su mandato. Su solemne pero ya manida declaración de: «Yo o el caos» es desde hace días un «yo y el caos» que cada vez tiene menos defensas incluso en su núcleo duro. Dicen que es el orgullo de militar el que le ha impedido dejar el cargo. Que no contempla la huida. Y que está decidido a morir en tierra egipcia. Y sus compañeros de armas, en gran parte seguros de que ha de poner fin a esta agonía, no le logran convencer con las fórmulas planteadas hasta ahora para cesar con la dignidad que se le quiere conferir. Y nadie quiere asumir la responsabilidad de una humillación del jefe del Estado y del Ejército de los últimos treinta años que podría repercutir sobre la propia imagen de las Fuerzas Armadas, garante del Estado y su columna vertebral. Y con el peso de este papel mayor hoy que nunca cuando lo existente —el régimen de Mubarak y su Partido Nacional Democrático— se disuelve y lo por venir, una democracia según los más optimistas, no existe aún con una oposición carente de líderes de peso y sin más cohesión que el deseo de acabar con el «mubarakismo».

Nadie duda ya que con un rápido anuncio de que dejaba el cargo en manos del vicepresidente Omar Suleiman y que éste formaba un gobierno militar para abrir los contactos con todas las fuerzas para unas elecciones a cuatro o cinco meses vista para una asamblea constituyente, habría resuelto la primera fase de esta aguda crisis. Habría ya una hoja de ruta, el país podría respirar y volver la sociedad a asumir la actividad nacional que ya lleva casi dos semanas paralizada. Habría facilitado enormemente las cosas a todos, a los manifestantes, a sus partidarios y a la Comunidad Internacional. Y por supuesto a la economía nacional que se desangra perdiendo más de 300 millones en ingresos al día y a la privada de casi 85 millones de egipcios que en su mayoría viven al día. Por el contrario se avino a que el aparato organizara una ofensiva violenta en su defensa por las calles de El Cairo que ha situado a la nación al borde del enfrentamiento civil. Ha supuesto un inmenso error, según su propio primer ministro, Ahmed Shariq, que hace virtualmente imposible que Mubarak pretenda ahora imponer la agenda y el contenido de una transición.

Los últimos movimientos y las filtraciones desde Washington dan a entender que el nuevo escenario ya está diseñado y que está a falta de que Mubarak dé el paso. Pero que nadie eche las campanas al vuelo y crea que esto es la victoria de la democracia.
El ejército de Mubarak y su hombre fuerte Suleiman serán sin duda árbitros —no nos engañemos, parte, además de juez— y demostrarán pronto que se acabaron los titubeos. Que el estado post Mubarak tiene la misma firmeza que el anterior. Los militares van a ganar esta partida en todo caso. Lo demás es política para los próximos años.

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