jueves, 19 de febrero de 2015

LA QUIEBRA DEL TERROR

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  23.08.11


Está claro que la OTAN ha hecho lo que tenía que hacer. Por mucho que nos haya desesperado con su lentitud

QUIZÁ cuando lean esto aún no haya sido capturado Muammar el Gadafi. Puede que aún se esconda en algún agujero en algún sótano o búnker de Trípoli. Y que haya que buscarlo, encontrarlo y sacarlo de allí como se hizo con otro de los caudillos invencibles del mundo árabe, que fue Sadam Hussein. Puede incluso que haya logrado utilizar el dinero en efectivo que le quede para pagarse una huida del país. Es más improbable. Como improbable es también que a estas alturas sus últimos amigos aún estén dispuestos a acogerle, véase Chávez en Venezuela o Mugabe en Zimbabue. Lo que ya está claro es que, tras seis meses de revuelta primero y guerra después, tras muchos miles de muertos y tragedias individuales, los libios han puesto fin a 42 años de violenta y demente satrapía. Está claro que los cientos de muertos de los primeros días y semanas de levantamiento, que desarmados cayeron bajo las balas del Ejército y los mercenarios de Gadafi, no han muerto en balde. Está claro que la OTAN ha hecho lo que tenía que hacer. Por mucho que nos haya desesperado con su lentitud y todos los problemas que se derivan de la exigencia de las sociedades occidentales de calmar sus conciencias, pero sin bajas propias. Es muy probable que este condicionamiento haya alargado la guerra y la lista de muertos libios en ambos bandos. Pero esas son las reglas que parecen imponer las democracias desarrolladas. La intervención de la OTAN se hizo inevitable cuando quedó claro que, sin ella, Gadafi podía recuperar el control total del país. La caída de Bengasi en manos del dictador la pasada primavera habría derivado irremisiblemente en una matanza de inmensas proporciones que el propio coronel había prometido como represalia ejemplarizante. No podía tolerarse aquella gran matanza anunciada, pero tampoco la victoria de un caudillo que ya había cruzado todas las líneas rojas del crimen masivo con sus ataques a la población civil con su maquinaria de guerra. El mensaje habría sido nefasto para todos los demás regímenes despóticos dispuestos a matar todo lo necesario si esto resultaba efectivo para ahogar las protestas y restaurar el reino del terror. No resulta efectivo, es el mensaje del día desde Trípoli. Abandonen toda esperanza. Es imposible restaurar el terror total. Ya está claro.

Libia definitivamente no será el precedente que Gadafi quiso sentar de que, con un nivel determinado y muy extremo de brutalidad, también en el mundo actual puede un régimen ahogar en sangre a su pueblo. Apostando por la falta de perseverancia de los países occidentales, su posible desunión, su pasividad y el rechazo de sus sociedades a asumir sacrificios propios. El movimiento emancipatorio que surgió en Túnez saltó a Egipto, ya ha triunfado en Libia y sin duda ahora se prepara para una nueva fase en Siria. La pieza libia no tiene las inmensas complicaciones políticas, históricas y geopolíticas de Siria. Pero no por eso dejaba de ser imprescindible que ganaran quienes enarbolan la bandera de la libertad y la democracia y han demostrado su decisión de morir si es necesario para derribar a un régimen en todo caso repugnante. Muchos son aún en Occidente los que dudan sobre la naturaleza y las intenciones de los rebeldes. Hay de todo. Pero pocos son peores que sus enemigos, ahora derrotados. Aferrarse a un «status quo» indefendible e inviable es tan inmoral como pueril. La decencia solo podía estar en el bando en que ha estado la OTAN. Ahora se abre el difícil camino de la transición. También habrá que estar a la altura. Porque el mundo sigue cambiando. Y allí para bien.

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