Por HERMANN TERTSCH
ABC 19.08.11
Hay
muchos indicios de que toca a su fin la agobiante hegemonía cultural
izquierdista y sectaria
LAS ha dicho nada más pisar
tierra española el Papa Benedicto XVI y aunque diga otras palabras muy
importantes, llenas de sentido y profundidad, difícilmente lo serán más que
estas tres que componen un llamamiento al coraje, un mandato a los cristianos a
proclamar su fe. A no dejarse intimidar por los entornos hostiles. A tener
valor para defender valores. Los propios. Y como subrayó él mismo, con respeto
a todas las demás opciones pero demandando igual respeto. Resonaba en este
llamamiento aquellas palabras de inmensas consecuencias históricas que
pronunció su antecesor Juan Pablo II en su primera visita a Varsovia. Aquel «no
os resignéis» del año 1979 –en el entorno por definición más hostil que para la
religión pueda imaginarse que era la dictadura comunista–, sacudió las
conciencias de los polacos y ya nadie discute que fue el origen de la renacida
voluntad de libertad en Polonia. Meses después, las palabras del Papa Wojtyla
aparecían en las pancartas de los trabajadores de los Astilleros de Gdansk,
unidos en unos sindicatos auténticos que comenzaban una lucha por la libertad
que habría de concluir con el hundimiento de los regímenes comunistas en toda
Europa central y oriental. Aquel «no os resignéis» pedía coraje para romper el
equilibrio del miedo de la Guerra Fría que había condenado a los países del
este del continente a la dictadura. En una especie de sentencia histórica que
se pretendía inapelable. Y que no defendía sólo el poder de Moscú y sus
satélites, sino también un Occidente conformista y egoísta, que no sufría por
el hecho de que a los europeos orientales se les negaran los derechos de los
que gozaban los afortunados ciudadanos de las democracias.
Benedicto
XVI hace un llamamiento que requiere el mismo coraje que pidió su antecesor.
Con el mismo ánimo del otro llamamiento permanente «no tengáis miedo». Es
necesario este ánimo en los países en los que asistimos a una auténtica
voluntad de erradicación del cristianismo como es el caso en diversos países
islámicos, en los que la iglesia y sus miembros están sometidos a una
persecución implacable. Pero también en las sociedades modernas y democráticas
la hostilidad al cristianismo ha adquirido en algunos casos formas agresivas.
Que van desde la ridiculización de las creencias en los colegios a la
permanente caricaturización y el desprecio del hecho religioso en medios de
comunicación más o menos cercanos al poder. Estas palabras del Papa Benedicto
XVI tienen una especial relevancia pronunciadas aquí en España. Porque somos un
país que por nuestra muy especial y trágica historia hemos sufrido un
rapidísimo desarme moral en los pasados años y décadas. La indolencia, la
indiferencia disfrazada de tolerancia, el desprecio a todas las formas y la
pérdida de rumbo y referentes han generado un deterioro alarmante de la calidad
de nuestra convivencia. Pero además, proyectos ideológicos de los últimos años
bajo la presidencia de Rodríguez Zapatero han abierto heridas cicatrizadas y
reactivado algunas de las peores lacras sufridas por los españoles en el
pasado. La hostilidad militante hacia la Iglesia católica es una de ellas. Que
ha vuelto a convertirse en odio como hemos podido comprobar estos días. No sólo
en la Puerta del Sol, sino en la increíble agresividad y mala fe desplegada por
muchos medios cercanos a los socialistas ante las JMJ. Después, en la
manifestación que debía escenificar esa hostilidad del «español laico» hacia la
Iglesia se vio que los partidarios de la agresión son una minoría marginal. Hay
muchos indicios de que toca a su fin la agobiante hegemonía cultural
izquierdista y sectaria. El valor de los cristianos al que llama el Papa podría
ayudar a esta necesaria liberación.
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