ABC 26.08.11
Zapatero
sabe que ya no existe lugar para promesas. A estas alturas, las palabras no
valen nada. Las suyas, las que menos
MAL, muy mal ha sentado a los
socialistas la sorpresa que les había preparado para el pleno extraordinario
del Congreso del martes su hasta anteayer adorado Gran Timonel, hoy jefe en
funciones y ya probable traidor máximo. Escuchando ayer alguna radio socialista
como la SER, parecía prepararse un gran motín de la izquierda «pura e
incorrupta» para defender el derecho soberano a la inexistencia en el límite de
gasto. «Nos ataría de pies y manos», clamaban en referencia al blindaje
constitucional de un tope de gasto. Hay que decirles basta ya al BCE y a
Merkel, que intentan maniatar a nuestros benditos políticos progresistas.
Pronto o tarde éstos querrán por lógica gastar mucho más que lo que ingresan,
para el «bienestar social» y la generosa experimentación social. «Necesitamos
flexibilidad» para hacer política. Por supuesto, una vez más en nombre del
pueblo español y eso que tan cucamente llaman «la supremacía de la política
sobre la economía». Que dicho por algunos viene a significar el poder de los
políticos de hacer lo que les venga en gana con el dinero de los contribuyentes
vivos y por nacer. El poder de los políticos, y por supuesto de los
sindicalistas, que se han dado cuenta enseguida de que esta crisis que ayudaron
en su día a ocultar y después a agravar, se puede llevar por delante también el
inmenso chollo que tienen los guardianes del orden socialista en el mercado del
trabajo y las relaciones laborales. Porque esta crisis, que la mayor parte de
los países europeos había dado por cerrada con excelentes cifras de crecimiento
y sus niveles más bajos de desempleo en varias décadas, se ha agravado hasta el
punto de obligar a Zapatero a tomar medidas con sentido. Los europeos del
norte, arrastrados de nuevo a la precariedad, se las dictan ya, directamente. Y
precisamente porque son las únicas que tienen sentido en esta situación de
emergencia, son contrarias a las intenciones de Zapatero y de todos los que en
el partido socialista intentan sobrevivir, si no es en el poder, al menos en el
cargo. Porque hacen más evidente que nunca, a semanas de las elecciones, las
mentiras, la ineptitud y la irresponsabilidad con que han gobernado. No es que
Zapatero haya dejado de intentar engañar a todos dentro y fuera de nuestras
fronteras. Sigue sin decirnos toda la verdad. Porque las exigencias europeas
van mucho más allá. Y le exigen también una reforma laboral de verdad, radical.
La que creyó poder evitar para preservar el poder de los sindicatos, los
guardianes del orden reaccionario vigente. Pero desde la semana pasada sabe que
ya no existen plazos, ni planes ni lugar para promesas. A estas alturas, las
palabras no valen nada. Las suyas, las que menos. En septiembre, o hay un
mensaje claro, con hechos, o nos hundimos de verdad. Y ya no lo decimos «los
catastrofistas» y agoreros que desde hace años clamamos contra las
insensateces, mentiras y miserias de esta tropa, sino el propio entorno del
presidente.
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