jueves, 19 de febrero de 2015

VIRTUDES DE LA ANGUSTIA

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  26.08.11


Zapatero sabe que ya no existe lugar para promesas. A estas alturas, las palabras no valen nada. Las suyas, las que menos

MAL, muy mal ha sentado a los socialistas la sorpresa que les había preparado para el pleno extraordinario del Congreso del martes su hasta anteayer adorado Gran Timonel, hoy jefe en funciones y ya probable traidor máximo. Escuchando ayer alguna radio socialista como la SER, parecía prepararse un gran motín de la izquierda «pura e incorrupta» para defender el derecho soberano a la inexistencia en el límite de gasto. «Nos ataría de pies y manos», clamaban en referencia al blindaje constitucional de un tope de gasto. Hay que decirles basta ya al BCE y a Merkel, que intentan maniatar a nuestros benditos políticos progresistas. Pronto o tarde éstos querrán por lógica gastar mucho más que lo que ingresan, para el «bienestar social» y la generosa experimentación social. «Necesitamos flexibilidad» para hacer política. Por supuesto, una vez más en nombre del pueblo español y eso que tan cucamente llaman «la supremacía de la política sobre la economía». Que dicho por algunos viene a significar el poder de los políticos de hacer lo que les venga en gana con el dinero de los contribuyentes vivos y por nacer. El poder de los políticos, y por supuesto de los sindicalistas, que se han dado cuenta enseguida de que esta crisis que ayudaron en su día a ocultar y después a agravar, se puede llevar por delante también el inmenso chollo que tienen los guardianes del orden socialista en el mercado del trabajo y las relaciones laborales. Porque esta crisis, que la mayor parte de los países europeos había dado por cerrada con excelentes cifras de crecimiento y sus niveles más bajos de desempleo en varias décadas, se ha agravado hasta el punto de obligar a Zapatero a tomar medidas con sentido. Los europeos del norte, arrastrados de nuevo a la precariedad, se las dictan ya, directamente. Y precisamente porque son las únicas que tienen sentido en esta situación de emergencia, son contrarias a las intenciones de Zapatero y de todos los que en el partido socialista intentan sobrevivir, si no es en el poder, al menos en el cargo. Porque hacen más evidente que nunca, a semanas de las elecciones, las mentiras, la ineptitud y la irresponsabilidad con que han gobernado. No es que Zapatero haya dejado de intentar engañar a todos dentro y fuera de nuestras fronteras. Sigue sin decirnos toda la verdad. Porque las exigencias europeas van mucho más allá. Y le exigen también una reforma laboral de verdad, radical. La que creyó poder evitar para preservar el poder de los sindicatos, los guardianes del orden reaccionario vigente. Pero desde la semana pasada sabe que ya no existen plazos, ni planes ni lugar para promesas. A estas alturas, las palabras no valen nada. Las suyas, las que menos. En septiembre, o hay un mensaje claro, con hechos, o nos hundimos de verdad. Y ya no lo decimos «los catastrofistas» y agoreros que desde hace años clamamos contra las insensateces, mentiras y miserias de esta tropa, sino el propio entorno del presidente.

Por supuesto que no es consuelo que esta desgracia colectiva, este drama nacional, haya logrado lo imposible, que es inocular una dosis de realismo al Eterno Adolescente. Pero si es posible que la necesidad, urgente, asfixiante, angustiosa, haga surgir virtudes hasta ahora ausentes en el panorama político nacional. Es posible que los nacionalismos estén ante el principio del fin de su sempiterno chantaje victimista. Que por fin veamos tonterías donde siempre las hubo, véase en supuestas «deudas históricas». Que se haga sitio en nuestra política una implacable racionalidad que expulse el sentimentalismo ideológico del debate. Sería el fin de mucho impostor y mucho mangante.

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