ABC 26.08.12
El actual alarde de la rentabilidad del crimen que permite
es otro mazazo al ánimo y la integridad de los españoles
HAY pocas frases tan manidas en España que tengan tanta
carga de mentira voluntariosa, de falacia bienintencionada. Es la que, en
tantísimas versiones, afirma que los crímenes terroristas jamás sirven ni
servirán a los propósitos de sus autores. Desde hace medio siglo la oímos como
inevitable letanía siempre que hay un muerto que lamentar, siempre que se habla
de terrorismo. Y su inmensa carga de mentira, su falsedad radical, tan
terriblemente obvia, no inmuta a casi nadie. Lo cierto es que pocos crímenes en
el mundo han sido tan rentables como los que por causas políticas se han
cometido en España en democracia. Y no voy al hablar de los más rentables de
todos, cometidos de un golpe en diversos trenes de cercanías a Madrid el 11 de
marzo del 2004. Fueran quienes fueran los cerebros de aquel atentado, sus
objetivos se lograron todos en cuestión de días. Sus consecuencias habremos de
pagarlas los españoles durante generaciones. Los daños, además de los casi
doscientos muertos y miles de heridos y vidas destrozadas, dan auténtico
vértigo histórico. Pero evidentes son también los beneficios al proyecto
nacionalista de los crímenes de ETA. Sin terrorismo es improbable que, a los
muchos errores históricos de la transición, se hubiera añadido la convicción
absurda de que el concierto económico vasco aplacaría a los asesinos y a
quienes ya por entonces cabalgaban, con corbata, a la grupa del tigre etarra.
Todos sabemos en que quedó aquel inmenso autoengaño de las fuerzas no
nacionalistas. Lo cierto es que toda la realidad vasca se ha ido modificando en
estos siete pasados lustros de acuerdo con los intereses objetivos finales de
los terroristas. Limpieza ideológica, adoctrinamiento tribal, mentira
histórica, odio como deber y lógica patrióticos. Hay pocas campañas en el mundo
en las que un grupo tan pequeño, con tan poca inversión de vidas propias y tan
poco poder de destrucción, haya logrado tanto en la consecución de unos fines
en principio tan improbables como es una «dictadura popular» en Europa en el
siglo XXI. Este inaudito éxito se debe en gran medida -en su mayor medida- a la
actitud de sus enemigos.
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