sábado, 21 de febrero de 2015

LA RENTABILIDAD DEL CRIMEN

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  26.08.12


El actual alarde de la rentabilidad del crimen que permite es otro mazazo al ánimo y la integridad de los españoles

HAY pocas frases tan manidas en España que tengan tanta carga de mentira voluntariosa, de falacia bienintencionada. Es la que, en tantísimas versiones, afirma que los crímenes terroristas jamás sirven ni servirán a los propósitos de sus autores. Desde hace medio siglo la oímos como inevitable letanía siempre que hay un muerto que lamentar, siempre que se habla de terrorismo. Y su inmensa carga de mentira, su falsedad radical, tan terriblemente obvia, no inmuta a casi nadie. Lo cierto es que pocos crímenes en el mundo han sido tan rentables como los que por causas políticas se han cometido en España en democracia. Y no voy al hablar de los más rentables de todos, cometidos de un golpe en diversos trenes de cercanías a Madrid el 11 de marzo del 2004. Fueran quienes fueran los cerebros de aquel atentado, sus objetivos se lograron todos en cuestión de días. Sus consecuencias habremos de pagarlas los españoles durante generaciones. Los daños, además de los casi doscientos muertos y miles de heridos y vidas destrozadas, dan auténtico vértigo histórico. Pero evidentes son también los beneficios al proyecto nacionalista de los crímenes de ETA. Sin terrorismo es improbable que, a los muchos errores históricos de la transición, se hubiera añadido la convicción absurda de que el concierto económico vasco aplacaría a los asesinos y a quienes ya por entonces cabalgaban, con corbata, a la grupa del tigre etarra. Todos sabemos en que quedó aquel inmenso autoengaño de las fuerzas no nacionalistas. Lo cierto es que toda la realidad vasca se ha ido modificando en estos siete pasados lustros de acuerdo con los intereses objetivos finales de los terroristas. Limpieza ideológica, adoctrinamiento tribal, mentira histórica, odio como deber y lógica patrióticos. Hay pocas campañas en el mundo en las que un grupo tan pequeño, con tan poca inversión de vidas propias y tan poco poder de destrucción, haya logrado tanto en la consecución de unos fines en principio tan improbables como es una «dictadura popular» en Europa en el siglo XXI. Este inaudito éxito se debe en gran medida -en su mayor medida- a la actitud de sus enemigos.

El Estado como suma de sus instituciones y la sociedad española en general han sido el mejor enemigo posible para ETA. Y eso no lo cambian reacciones espontáneas bondadosas o solidarias. Ni la magnífica labor aislada de algunas instituciones como la Guardia Civil, organizaciones como la AVT o individuos que compondrían una lista muy larga. La derrota del terrorismo fue posible en España. Pero el terrorismo acabó en marzo del 2004 con un Gobierno y puso otro. Puso al Gobierno que todo terrorista desea para poderle imponer sus fines. Al que se convence de que comparte intereses con el enemigo del Estado. Desde entonces, ETA contó con defensores de sus intereses en el propio corazón del Estado como jamás podía soñar una organización terrorista. Así ya no necesita matar para imponer sus objetivos. El miedo a su retorno a las armas, el terror a un sólo muerto, mueve montañas. Un Gobierno que no asume ni un muerto por la defensa de sus principios deja a la sociedad inerme ante las pretensiones de sus enemigos. La alternancia no ha cambiado esta actitud. Y Rajoy se nos convierte así en triste émulo de Zapatero. También él pretende normalidad donde no existe. En nuestra dramática situación, el actual alarde de la rentabilidad del crimen que permite es otro mazazo al ánimo y la integridad de los españoles. La peor frustración para una sociedad por tantas razones deprimida es la terrible continuidad, sin alternativa, de la administración de inanidad, mentira y debilidad contra la que se votó.

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