ABC 25.08.12
Anders Behring Breivik es un nazi de manual. No está loco,
dictaminó la sentencia que le condena a 21 años de prisión. Se cree su propia
historia fabricada, consistentemente ideologizada a lo largo de los años.
Tampoco está cuerdo. Porque no puede estarlo alguien que mata a 77 personas, en
su inmensa mayoría jóvenes y niños, de tiros a quemarropa, uno a uno. Ni lo
está quien, como Breivik, ha disfrutado con narcisismo -que, con trastorno de
la personalidad, sí lo atestigua la sentencia- del juicio tanto como disfrutó
en su cacería asesina en la isla de Utoya, después del atentado con bomba en el
barrio gubernamental de Oslo.
Hasta qué punto el fanatismo ideológico equivale a
enloquecer puede ser interminable debate académico. Pero los jueces noruegos
que han estudiado la evolución de este individuo hasta ser el monstruo que
ahora se condena han decidido que fue responsable de sus actos. Es con
seguridad la condena que más partidarios tenía en la sociedad noruega. Y
también la preferida por el condenado que se mostró satisfecho por no haber
sido declarado «loco».
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