ABC 21.09.12
Los norteamericanos están más acosados hoy que bajo Bush. Mal negocio para esta Casa Blanca
A nadie debe extrañar que se rían ellos mismos de su
capacidad intimidatoria. Porque es insólita. Y sí la ira es muy genuina en la
hordas de fanáticos que agitan, la satisfacción por la capacidad de tan
efectiva manipulación no puede serlo menos. Quienes movilizan a las masas
radicales convocan con entusiasmo en cuanto les comunican que en algún país
occidental y remoto hay un nuevo buen pretexto para mostrar fuerza. Y allá
mandan a la carne de madrasa y mezquita. A clamar contra Occidente, contra el
infiel, el cruzado cristiano o el sionista, pero preferentemente contra el gran
satán que es Estados Unidos. A quien, como ahora vemos, en nada parece haber
favorecido el «lifting» que le quiso hacer el presidente Barack Obama en el
mundo árabe a base de desaires a Israel. Resulta que los norteamericanos están
más acosados hoy que bajo Bush. Mal negocio para esta Casa Blanca. Ha
demostrado tal confusión de principios que, cuando aún humeaba el consulado de
Bengasi y apenas rescatados los cadáveres, parecía centrar toda su preocupación
en el vídeo y no en los salvajes que mataron a su gente. En Europa hay que
destacar que algunos gobiernos han reaccionado mejor que durante la crisis de
las caricaturas danesas. Han dejado claro que lamentan los disturbios y querrían
evitarlos. Pero no se han atrevido, al menos públicamente, a sopesar la censura
para aplacar las salvajes amenazas. Lo que demuestra que algunas sociedades sí
han reflexionado sobre la gravedad de las consecuencias de asumir el discurso
del fanatismo, que culpa a unos dibujos, un vídeo o un libro de las acciones
criminales de violencia física contra personas y bienes.
El argumento de la cultura del apaciguamiento es el de
siempre: por el bien de la armonía o la paz debemos ser nosotros los que
cedamos. Y nosotros los que acatemos que aquello que a ellos no les gusta pasa
a estarnos prohibido. Ya que las consecuencias de hacerlo son muertos e
incendios. Pretenden que aceptemos tal lógica. Si lo hiciéramos con las
caricaturas y condenamos a quienes las publican, mañana no tendríamos
argumentos cuando, para evitar se repitan las agresiones y nos maten, exijan
que las reglas en los colegios en Europa sean las coránicas. O que adoptemos
una ley de prensa con sus limitaciones islamistas, bajo amenazas. Por eso
publicar hoy las caricaturas no es un acto de provocación, sino la
reivindicación clara de que nuestras leyes y libertades no dependen de la
benevolencia o del castigo de unos fanáticos, con una proyección totalitaria de
su religión. Los valientes que presumen de transgresores por ofender en España
a la religión católica o instituciones serán los más obedientes a la imposición
del islamismo. Ninguna gana de transgredir. Unos reivindican directamente el
miedo para obedecer a quienes nos amenazan dentro y fuera de nuestras
fronteras. Nuestra indignidad da para más. Alguno dice que si les prometemos
respeto ellos podrían aumentar la libertad de culto. ¿De qué diantres hablamos?
En Occidente el respeto es absoluto con estas mínimas salvedades que se
utilizan para agresiones. Cuando el respeto a las demás religiones es
inexistente en la mayor parte del mundo musulmán. Que trata a judíos y
cristianos literalmente como perros. De libertad de culto ni hablamos. Y de
condena musulmana de los asesinatos de cristianos en regiones musulmanas,
tampoco. El mundo musulmán ha de saber que sus creyentes pacíficos nos merecen
mucho respeto y ninguno sus hordas fanáticas. Pero que ni unos ni los otros
tienen poder de veto sobre nuestras leyes y libertades. Deben convencerse de
que nuestras libertades son tan sólidas como sus creencias. Debiéramos ser
suficientes para que el mensaje sea evidente.
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