domingo, 22 de febrero de 2015

UN ADIÓS SIGNIFICADO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  18.09.12


Ha disfrutado y con éxito lo que no está escrito. Pero a nadie puede culpársele si declara su cansancio en un panorama político como el español

FIEL a sí misma, directa, a la segunda frase de su comparecencia todos ya sabían que se iba. Pocos actos políticos han causado tanto estupor en España en los últimos años como el anuncio, ayer a las dos de la tarde, de la retirada de Esperanza Aguirre, hecho por ella misma. Algunos coincidirán con ella en que es un buen momento. Es cierto que ya había pensado hace dos años en no presentarse a las últimas elecciones. Que el cáncer que le diagnosticaron siempre hace replantearse las ambiciones profesionales y expectativas vitales. Que tiene nietos, 60 años y todas las posibilidades de disfrutar una vida magnífica con su familia y amigos. Y es muy cierto también que abandonar la política en España se antoja lo más apetecible. Y lógico si se lo puede uno permitir. No hacía falta que ayer surgieran las voces más repulsivas, mediocres y fracasadas a intentar ensuciar el nombre de su peor enemigo, que se va imbatido. El paupérrimo nivel y la torva catadura de tantos hacen a veces inexplicable la presencia en la política de quienes tienen a su alcance otras formas de vida. Cierto, la vocación de servicio y la ambición política hacen milagros. No digamos en el caso de Aguirre, uno de los animales políticos más consumados que hemos tenido en España en la décadas de democracia. Ella se ha divertido con la inquina que despertaba. Hasta con ese odio irracional que generaba en sus rivales derrotados en las urnas o en el duelo de palabra. Odio y prejuicio que los muchos adversarios de sus formas y su fondo, fuera y también dentro de su partido, sembraron y cultivaron fuera de Madrid para impedirle un lógico salto a la política nacional. Ha disfrutado en Madrid una carrera política plena y cuajada de gratificaciones, victorias y éxitos políticos en el más profundo y fecundo de sus significados. A la que tenía que haber seguido esa política nacional e internacional para la que estaba cualificada como muy pocos. Sin duda habría podido prestar grandes servicios a esta España triste, torpe y aturdida que balbucea su discurso contradictorio por los escenarios internacionales. También en promover la esperanza en el cambio, en el proyecto de mayor prosperidad a partir de mayores libertades y oportunidades, eso que ella ha sabido hacer en Madrid y convertirlo en una fuente de mayorías espectaculares. Ha disfrutado y con éxito lo que no está escrito. Pero a nadie, ni siquiera a ella, puede culpársele si declara su cansancio en un panorama político como el español. Si se proclama agotado ante tanta retórica mugrienta, tanto complejo, tanta cobardía, cochambre oportunista, desistimiento, mentira, corporativismo de los peores y resentimiento como hoy se manifiestan en la vida política española. El problema de Aguirre ya no eran obviamente sus enemigos políticos, los que querían «colgarla de la catenaria». Ni los agitadores callejeros sindicales y antisistema que le deseaban hasta la muerte. Esos acababan postrados ante la contundencia de sus argumentos y sus resultados. El problema de Aguirre estaba sobre todo en la decepción, la que ha producido el Gobierno de Rajoy en tantísimos españoles que lo votaron. Y que sin duda Aguirre comparte. Ella ha demostrado que la política de convicciones puede funcionar. Que es mentira que España sea de izquierdas, por mucho que lo crea la derecha. Y que por eso la derecha no tiene que engañar al electorado ni para ganar ni para seguir gobernando. En su partido no han querido oír a la voz clara de la derecha liberal. Puede que acabe echándola de menos tanto como los que han dado cada vez más votos por ella.

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