sábado, 21 de febrero de 2015

LO PEOR POR LLEGAR

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  21.08.12


Assad ya no pudo celebrar los rezos del fin del Ramadán en la mezquita de los Omeyas en el centro de Damasco

EL Gobierno de Turquía acaba de anunciar que el número de refugiados sirios que ya alberga en su territorio se acerca a los 100.000 y que esta cifra marca el límite de su capacidad de absorción. Aunque es probable que Turquía tenga capacidad aún para acoger a más refugiados, y sin duda se va a ver obligado a hacerlo, lo cierto es que la situación se deteriora con rapidez dentro y fuera de Siria. Y no hay dato alguno que pueda sugerir que las cosas no vayan a empeorar. La intensificación de los combates es un hecho. Su generalización en todo el territorio también lo es. Y con la creación de zonas bajo control permanente de los enemigos del régimen, de los diferentes enemigos, es también una certeza de que ya se ha regularizado el flujo de entrada de armamento. Han entrado armas, muchas más entrarán y no siempre acabarán en manos de aquellos a quienes iban destinadas. Diferentes países involucrados en el conflicto, desde la propia Turquía a Arabia Saudí, por supuesto Irán y Rusia y también EE.UU. y la OTAN, tienen sobre el terreno a su gente forjando alianzas o meros contactos. E intentando formular respuestas rápidas y eficaces para las nuevas situaciones en esta guerra. Por supuesto, preparando el escenario para después de la desaparición de Assad.

En estos momentos no hay ninguna fuerza ya capaz de vencer en una guerra generalizada en Siria. Hace unos meses el régimen aún tenía esa posibilidad. Ahora el núcleo duro en torno al presidente Bashir el Assad da los primeros indicios serios de descomposición tras más de un año de muy memorable cohesión, pese a la creciente disolución de su base de poder. Ahora sí, ahora ya le huye el primer ministro meses después de ser nombrado, y el vicepresidente se encuentra desaparecido desde hace casi una semana. Las fuerzas de la oposición armada dicen que ha escapado al exterior para unirse a sus fuerzas. Pero lo cierto es que a estas horas no ha aparecido y nadie excluye que el régimen de Assad lograra capturar a su familia y forzar así al vicepresidente a volver a la capital. Lo cierto es que Assad ya no pudo celebrar los rezos del fin del Ramadán en la mezquita de los Omeyas en el centro de Damasco. Tuvo que acudir a una pequeña mezquita cercana al palacio presidencial. Eso es lo que da de sí su control de la situación en la propia capital.

Muchos especulan ya con que Assad tenga que dar pronto el paso de huir de la capital para refugiarse en las montañas del noroeste, en enclaves de la secta alauita a la que pertenecen él y la inmensa mayoría del clan gobernante. El presidente quedaría así devaluado en un señor de la guerra más. Que apostaría para su supervivencia por el rápido conflicto entre las muy diversas fuerzas que ahora le combaten. Se redibujaría un mapa sirio «libanizado», con miniestados religiosos o meramente feudales. Esto garantizaría un largo conflicto y la permanente inseguridad en la región. Otro panorama no más halagüeño es el que otorga a las fuerzas salafistas apoyadas y armadas por Arabia Saudí una rápida victoria sobre sus rivales, una vez liquidado el régimen de Assad. La obcecación rusa por salvar a Assad ha impedido una alianza para impedir lo peor que son esos dos escenarios. La intervención militar exterior abierta era imposible. Hasta para quienes más convencidos de la injerencia humanitaria. Ahora, la urgencia de una intervención se da por la catástrofe humanitaria en ciernes. Zonas protegidas del ataque aéreo y pasillos para la ayuda son imprescindibles. Llega el invierno.

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