ABC Martes, 11.10.11
QUE en Egipto no haya ya judíos es una desgracia para todo
este país, y tiene su origen en las sucesivas guerras árabe-israelíes desde
1948 hasta el acuerdo de paz de 1981. Aquella comunidad multimilenaria tuvo que
abandonar su patria y emigrar hacia el vecino Israel o a la diáspora por medio
mundo. Hoy aquella tragedia se vuelve contra los coptos que han quedado en
primera línea como chivos expiatorios. La comunidad religiosa cristiana es tras
la judía la más antigua existente en Egipto y ha sobrevivido vigorosa junto a
la religión dominante desde el siglo VII. No es la primera vez que es utilizada
como instrumento de intrigas políticas. Con casi el 10 por ciento de la
población y unos 8 millones de miembros, no es una comunidad que pueda ser
fácilmente expulsada de su patria como la judía. Todos los ataques de los que
han sido objeto los coptos han podido ser, si no evitados, sí minimizados o
reprimidos. Cuando ha habido voluntad de hacerlo. No parece ser el caso ahora.
Y eso es lo alarmante ahora. La manifestación de los coptos, en protesta contra
el incendio de una iglesia en la provincia de Asuan, era en principio pacífica.
Y habría transcurrido sin incidentes como tantas otras habidas desde la caída
de Mubarak de no haber mediado provocadores y después una insólita reacción de
brutalidad por parte del ejército. Que los provocadores obedecieran consignas
de otros grupos interesados en hacer descarrilar una transición pacífica es
posible. Pero la violentísima actitud del ejército en las calles de El Cairo
hace sospechar que ya estaba preparada una operación con final trágico. La
forma de dirigir los blindados contra la multitud con clara intención de
atropellar a manifestantes revela que no fueron acciones individuales las que
provocaron el drama. Tal como se produjeron los acontecimientos del domingo,
que se repitieron con menor violencia ayer, resulta fácil deducir que los
generales de la Junta Militar tienen planes distintos a los que prometían
después de la caída del presidente Mubarak.
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