sábado, 14 de febrero de 2015

LOS GENERALES JUEGAN CON FUEGO

Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 11.10.11


QUE en Egipto no haya ya judíos es una desgracia para todo este país, y tiene su origen en las sucesivas guerras árabe-israelíes desde 1948 hasta el acuerdo de paz de 1981. Aquella comunidad multimilenaria tuvo que abandonar su patria y emigrar hacia el vecino Israel o a la diáspora por medio mundo. Hoy aquella tragedia se vuelve contra los coptos que han quedado en primera línea como chivos expiatorios. La comunidad religiosa cristiana es tras la judía la más antigua existente en Egipto y ha sobrevivido vigorosa junto a la religión dominante desde el siglo VII. No es la primera vez que es utilizada como instrumento de intrigas políticas. Con casi el 10 por ciento de la población y unos 8 millones de miembros, no es una comunidad que pueda ser fácilmente expulsada de su patria como la judía. Todos los ataques de los que han sido objeto los coptos han podido ser, si no evitados, sí minimizados o reprimidos. Cuando ha habido voluntad de hacerlo. No parece ser el caso ahora. Y eso es lo alarmante ahora. La manifestación de los coptos, en protesta contra el incendio de una iglesia en la provincia de Asuan, era en principio pacífica. Y habría transcurrido sin incidentes como tantas otras habidas desde la caída de Mubarak de no haber mediado provocadores y después una insólita reacción de brutalidad por parte del ejército. Que los provocadores obedecieran consignas de otros grupos interesados en hacer descarrilar una transición pacífica es posible. Pero la violentísima actitud del ejército en las calles de El Cairo hace sospechar que ya estaba preparada una operación con final trágico. La forma de dirigir los blindados contra la multitud con clara intención de atropellar a manifestantes revela que no fueron acciones individuales las que provocaron el drama. Tal como se produjeron los acontecimientos del domingo, que se repitieron con menor violencia ayer, resulta fácil deducir que los generales de la Junta Militar tienen planes distintos a los que prometían después de la caída del presidente Mubarak.

Habían anunciado una transición de seis meses hacia unas elecciones generales. Hace ya nueve meses de aquello y no se ha elegido ni un parlamento ni un presidente civil. La Junta de generales, que se alió con la calle para derrocar a Mubarak, no tiene ninguna prisa en este calendario que prevé ahora las elecciones en noviembre. Cualquier resultado les exigirá la cesión de parte de su poder. Según se acerca la fecha, disminuye su disposición. Las perspectivas en la culminación de un proceso democrático no les son nada halagüeñas. Las exigencias de la calle se mantienen. Los Hermanos musulmanes podrían conseguir en torno al 40 por ciento, irreconciliable con la casta militar formada por los compañeros de armas de Mubarak. Los coptos son una minoría nada dócil y reivindicativa. Y los revolucionarios democráticos de primera hora, la juventud urbana, se niega a pactos que pudieran eternizar a los generales a las riendas del país. Así las cosas y ante la creciente presión que pone en peligro su poder y el imperio económico creado por los militares bajo Mubarak y aun intacto, los generales parecen apostar directamente por una desestabilización que los mantenga como el único poder viable. Los primeros síntomas de la puesta en marcha de esta estrategia se dieron con el asalto a la embajada israelí, obviamente tolerada. Ahora los generales parecen optar directamente por la agitación contra los coptos para crear una situación en la que los egipcios vean su permanencia en el poder como mal menor. Este juego les podría estallar en las manos. Y poner a Egipto al borde del abismo.

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