Por HERMANN TERTSCH
ABC 03.01.12
CASI se lo tienen merecido. Que tres semanas después de la
investidura les pidan explicaciones precisamente los culpables del desastre. No
les han dado cien días, ni quince. Y por supuesto quienes más gritan son
aquellos que deberían estar callados, no cien días, ni mil, sino toda una vida.
Porque escuchar a Alonso o Rubalcaba el más tímido reproche a los encargados de
gestionar la escombrera por ellos producida resulta un perfecto sarcasmo. Y
demuestra hasta qué punto es inútil para una renovación real del Partido
Socialista toda la verbena navajera que tienen montada sus líderes ante el
congreso del mes que viene. Mientras no surjan nuevas caras, todo lo que digan
está condenado a sonar a coña marinera. Pero lo cierto es que gran parte de la
culpa la tienen los nuevos. Está claro que tenemos un Gobierno repleto de
gentes muy competentes, todos excelentes estudiantes, una mayoría con
oposiciones aprobadas, chicas y chicos de provecho toda la vida, orgullo de sus
padres y suegros. Estos son de los que siempre iban a clase y si se corrían una
juerga, era aventura tan insólita que servía de materia de conversación para
todo el año. Un alivio, dirán muchos españoles, después de los alardes de
rufianismo con que se han despachado los antecesores durante casi una década.
La cortesía es sin duda un gran don de padres y buenos colegios y una virtud
para la vida en armonía. Pero en entornos más rudos y no propicios a la
reciprocidad, el abuso de la cortesía pasa a ser seriamente disfuncional. Lleva
a serios malentendidos. El exceso de cortesía hacia unos puede rápidamente
convertirse en afrenta hacia otros.
Crujían ya los encendidos elogios que Pio García Escudero
hizo a Zapatero el día de su despedida. Se dijo que no tenía importancia, que
al muy noble don Pío se le había ido la mano. Después comenzaron a proliferar
las informaciones sobre el fluido, amistoso, cariñoso y hasta íntimo trato que
habían logrado establecer Rajoy y Zapatero. Todo un minueto de cortesías.
Sonaba a confraternización chocante entre el responsable de mil tropelías y el
encargado por los españoles de acabar con ellas y subsanarlas en la medida de
lo posible. Siguieron las letanías sobre la transferencia «ejemplar» de
poderes. Nos daban a entender que quienes agredieron a media España, mintieron
sin cesar y abusaron hasta el último día se habían convertido en muy probos y
responsables estadistas que diligentes mostraban a sus sucesores todos los
rincones de la maltrecha administración que dejaban. Después llegó la toma de
posesión de los ministros. Y los nuevos se deshicieron en elogios a sus
antecesores. Con falta de respeto a la opinión de los españoles. Porque si
estos pensaran igual, el relevo no se habría producido. A Rubalcaba se le
calificó de ejemplar. Sí, al del Faisán y lo demás. Trinidad Jiménez, que
completó la conversión del Asuntos Exteriores en guarida sectaria y generosa financiera
de amiguetes por el mundo, fue encumbrada en su despedida. A Gonzalez Sinde,
que insultó a los contribuyentes con su gira mundial de lujo a lo Zsa Zsa
Gabor, también mimitos. Todos educadísimos. Puente de plata, decían algunos.
Bueno, ahí lo tienen. Ahora los educadísimos sucesores se dicen sorprendidos
por el «marrón» que se han encontrado. Nos podían haber preguntado al resto de
los españoles. Y el viernes, el broche. Cuando, ante la inmensidad del
desastre, tienen que imponer a los españoles unos impuestos no anunciados, no
se dan cuenta nuestros educadísimos gobernantes que quizá no era el día para
condecorar a los culpables del naufragio. Una cortesía muy poco cortés. Hacia
los votantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario