sábado, 21 de febrero de 2015

MONASTERIO MERKELIANO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  19.06.12

REUNIDOS en el monasterio milenario de Gottweig -también benedictino, es llamado el Montecassino sobre el Danubio-, en el idílico paisaje de Wachau, en la Baja Austria, entre viñedos y pueblitos medievales. Todos representantes de gobiernos y oposiciones muy diversos en países del centro, del este y del norte de Europa. Vistos desde la Roma imperial, una reunión de bárbaros, todos de más allá, más al norte, más al este, del «limes» del Rin. Durante dos días hablaron de Europa. Y no sólo de mercados y finanzas y primas de riesgo. Mucho de identidad, de cohesión y proyección, de seguridad y cooperación. Y también de las muchas conquistas de esta Europa que ahora algunos descalifican y maltratan, muchas veces los que más le deben, los más beneficiados convertidos en los más ingratos. Vicepresidentes de gobierno, ministros, secretarios de estado, mucho jefe de cocina del estado, de la administración y de partidos políticos de más de quince países. De estados fundadores de la Europa inicial, de otros neutrales durante décadas como Austria, Suiza o Suecia y Finlandia o de las jóvenes democracias que tienen las dictaduras comunistas aun muy frescas en la memoria. Ha sido refrescante la breve estancia allí, no sólo por la brisa del valle del Danubio y el frescor en pasillos y salones dentro de los antiquísimos muros. También porque allí pude descansar de la agotadora germanofobia que se ha desatado por estos lares calenturientos. Había allí mucho punto de vista. También distante del gobierno alemán. Pero mucho se sorprenderían todos esos que por estas faldas mediterráneas del continente tienen emprendida esa campaña de desprestigio e insultos hacia la canciller Merkel. Porque podrían comprobar hasta qué punto es mentira ese autoengaño tan propagado a diestro y siniestro por todos ellos de que doña Ángela está sola en este mundo y a punto de sufrir la humillación y el castigo que ellos le desean. En Göttweig, todas intervenciones en pleno y en las comisiones, estuvieron marcadas por el respeto general a Merkel y una profunda comprensión y defensa de la aquí vituperada posición alemana. Muchos solo tenían una preocupación: que Merkel flojeara y se dejara convencer. Y cediera ante las presiones de quienes quieren convencerla de que ella tiene la obligación de hacer lo que ellos jamás harían. Es decir, sacrificar la seguridad de su nación por compartir las dramáticas consecuencias de las irresponsabilidades de otros políticos y otros electorados. Y poner en peligro su propio liderazgo al embarcarse en un proyecto, el de compartir una deuda ajena, que rechazan los alemanes. Obama, al que sólo preocupa su reelección, pide a Merkel ponga en riesgo total la suya. Hollande, que compra votos con dinero inexistente con la misma procacidad que el Zapatero de los cheques bebé y 400 euros, quiere que el ahorro alemán se invierta para mayor gloria en su sistema de clientelismo y beneficencia. Los griegos se creen en el derecho de llamar puta nazi a Merkel mientras le piden les pague dinero y se calle. Y Rajoy que parecía tener criterio, se resiste a las reformas y se une al coro de quienes quieren árnica de dinero barato y no soluciones. Asustado, parece renunciar a esa profunda reforma del estado cuyo anuncio es probablemente lo único que ya nos salvaría de una intervención antes, durante o después del verano. Merkel no está ni mucho menos sola. Si su defensa del euro fracasara todos perderían. Pero nadie dude que quienes más solos y perdidos estarán serán quienes pensaron que podían mantener sus estados improductivos y quebrados a costa de la extorsión del socio. En Göttweig, nada luterano por cierto, había en eso mucha tranquilidad de conciencia.

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