Por HERMANN TERTSCH
ABC 19.06.12
REUNIDOS en el monasterio
milenario de Gottweig -también benedictino, es llamado el Montecassino sobre el
Danubio-, en el idílico paisaje de Wachau, en la Baja Austria, entre viñedos y
pueblitos medievales. Todos representantes de gobiernos y oposiciones muy
diversos en países del centro, del este y del norte de Europa. Vistos desde la
Roma imperial, una reunión de bárbaros, todos de más allá, más al norte, más al
este, del «limes» del Rin. Durante dos días hablaron de Europa. Y no sólo de
mercados y finanzas y primas de riesgo. Mucho de identidad, de cohesión y
proyección, de seguridad y cooperación. Y también de las muchas conquistas de
esta Europa que ahora algunos descalifican y maltratan, muchas veces los que
más le deben, los más beneficiados convertidos en los más ingratos.
Vicepresidentes de gobierno, ministros, secretarios de estado, mucho jefe de
cocina del estado, de la administración y de partidos políticos de más de
quince países. De estados fundadores de la Europa inicial, de otros neutrales
durante décadas como Austria, Suiza o Suecia y Finlandia o de las jóvenes
democracias que tienen las dictaduras comunistas aun muy frescas en la memoria.
Ha sido refrescante la breve estancia allí, no sólo por la brisa del valle del
Danubio y el frescor en pasillos y salones dentro de los antiquísimos muros.
También porque allí pude descansar de la agotadora germanofobia que se ha
desatado por estos lares calenturientos. Había allí mucho punto de vista.
También distante del gobierno alemán. Pero mucho se sorprenderían todos esos
que por estas faldas mediterráneas del continente tienen emprendida esa campaña
de desprestigio e insultos hacia la canciller Merkel. Porque podrían comprobar
hasta qué punto es mentira ese autoengaño tan propagado a diestro y siniestro
por todos ellos de que doña Ángela está sola en este mundo y a punto de sufrir
la humillación y el castigo que ellos le desean. En Göttweig, todas
intervenciones en pleno y en las comisiones, estuvieron marcadas por el respeto
general a Merkel y una profunda comprensión y defensa de la aquí vituperada
posición alemana. Muchos solo tenían una preocupación: que Merkel flojeara y se
dejara convencer. Y cediera ante las presiones de quienes quieren convencerla
de que ella tiene la obligación de hacer lo que ellos jamás harían. Es decir,
sacrificar la seguridad de su nación por compartir las dramáticas consecuencias
de las irresponsabilidades de otros políticos y otros electorados. Y poner en peligro
su propio liderazgo al embarcarse en un proyecto, el de compartir una deuda
ajena, que rechazan los alemanes. Obama, al que sólo preocupa su reelección,
pide a Merkel ponga en riesgo total la suya. Hollande, que compra votos con
dinero inexistente con la misma procacidad que el Zapatero de los cheques bebé
y 400 euros, quiere que el ahorro alemán se invierta para mayor gloria en su
sistema de clientelismo y beneficencia. Los griegos se creen en el derecho de
llamar puta nazi a Merkel mientras le piden les pague dinero y se calle. Y
Rajoy que parecía tener criterio, se resiste a las reformas y se une al coro de
quienes quieren árnica de dinero barato y no soluciones. Asustado, parece
renunciar a esa profunda reforma del estado cuyo anuncio es probablemente lo
único que ya nos salvaría de una intervención antes, durante o después del
verano. Merkel no está ni mucho menos sola. Si su defensa del euro fracasara
todos perderían. Pero nadie dude que quienes más solos y perdidos estarán serán
quienes pensaron que podían mantener sus estados improductivos y quebrados a
costa de la extorsión del socio. En Göttweig, nada luterano por cierto, había
en eso mucha tranquilidad de conciencia.
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