ABC 22.06.12
LO peor, lo más doloroso, es que lo sabíamos. Que estábamos
avisados. Sabíamos que iban a ser capaces de hacerlo. Y que no les detendría
nada. Ni los sólidos argumentos de la Policía y la Guardia Civil. Ni el texto
de la sentencia del Tribunal Supremo. Ni la otra sentencia del Tribunal de
Derechos Humanos de Estrasburgo. Sabíamos que los seis jueces del Tribunal
Constitucional iban a terminar el encargo recibido por el anterior presidente
del Gobierno. Y que al final, Rodríguez Zapatero iba a cumplir, con los
terroristas y sólo con ellos, su palabra. Con los asesinos de españoles con los
que fraguó un plan que llevaron juntos a cabo. En estrecha colaboración -vayan
ustedes a saber cuántos faisanes-. Juntos como socios todos estos años. Ellos
en sus guaridas y despachos. Él en La Moncloa atendiendo a nuestro naufragio en
los demás frentes. Mientras con ellos buscaba la propia posteridad.
A él estos planes ya no le han cundido. Tercas realidades
devolvieron a la nada a este mequetrefe que se convirtió en peste para España
en aquella constelación maldita de marzo del 2004. Ahora, cuando todas las
consecuencias de sus delirios e inepcias, miserias y mentiras, nos estallan una
tras otra en la cara, cuando tenemos a España postrada y al borde de la
depresión colectiva, nos llega el último misil del frente vasco disparado
contra el Estado precisamente por quien fue elegido para defenderlo. Que ETA
esté exultante es lógico. «Hoy la legalización, mañana los presos a la casa»,
sentenciaba el jefe de Batasuna, Barrena. Sí, es el triunfo de los peores. Pero
también el de los que tienen voluntad. Frente a un cuerpo social indolente,
débil y lastimero. Hace ocho años estaba ETA contra las cuerdas. Sus miembros
mendigaban vías de escape de la disciplina de la organización. Hoy triunfantes,
no sólo pisan ya moqueta con solvencia y autoridad. Están a punto de quedarse
con las llaves de los salones. Nunca una organización terrorista pudo soñar con
tal éxito. Porque jamás una banda de asesinos se había encontrado con tantos y
tan obsequiosos colaboradores en las instituciones del Estado.
Nadie podía imaginar que un presidente iba a identificar sus
enfermas ambiciones con los intereses del enemigo del Estado. Hay que escarbar
en el vertedero de lo peor de la historia para encontrar un Estado que se haya
entregado con menos resistencia a unos enemigos tan inferiores, tan débiles y
escasos en todo. Produce pasmo la facilidad con que una banda de asesinos de
ideología primitiva se imponen a un Estado moderno del Primer Mundo. Da pena
ver que la fe de las víctimas en la justicia era ridícula. Que hoy se revela
que la única mínima justicia posible estaba entonces en la venganza. ¿Y ahora?
El Gobierno Mariano Rajoy no ha impedido esta felonía. Tan despistado o
indolente como la sociedad. Tras esta dejación total del Estado, el pulso a
librar estará entre el programa totalitario nacionalsocialista vasco y el
proyecto europeo de mayor uniformidad y disciplina.
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