sábado, 21 de febrero de 2015

PENA Y ASCO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  22.06.12


LO peor, lo más doloroso, es que lo sabíamos. Que estábamos avisados. Sabíamos que iban a ser capaces de hacerlo. Y que no les detendría nada. Ni los sólidos argumentos de la Policía y la Guardia Civil. Ni el texto de la sentencia del Tribunal Supremo. Ni la otra sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Sabíamos que los seis jueces del Tribunal Constitucional iban a terminar el encargo recibido por el anterior presidente del Gobierno. Y que al final, Rodríguez Zapatero iba a cumplir, con los terroristas y sólo con ellos, su palabra. Con los asesinos de españoles con los que fraguó un plan que llevaron juntos a cabo. En estrecha colaboración -vayan ustedes a saber cuántos faisanes-. Juntos como socios todos estos años. Ellos en sus guaridas y despachos. Él en La Moncloa atendiendo a nuestro naufragio en los demás frentes. Mientras con ellos buscaba la propia posteridad.

A él estos planes ya no le han cundido. Tercas realidades devolvieron a la nada a este mequetrefe que se convirtió en peste para España en aquella constelación maldita de marzo del 2004. Ahora, cuando todas las consecuencias de sus delirios e inepcias, miserias y mentiras, nos estallan una tras otra en la cara, cuando tenemos a España postrada y al borde de la depresión colectiva, nos llega el último misil del frente vasco disparado contra el Estado precisamente por quien fue elegido para defenderlo. Que ETA esté exultante es lógico. «Hoy la legalización, mañana los presos a la casa», sentenciaba el jefe de Batasuna, Barrena. Sí, es el triunfo de los peores. Pero también el de los que tienen voluntad. Frente a un cuerpo social indolente, débil y lastimero. Hace ocho años estaba ETA contra las cuerdas. Sus miembros mendigaban vías de escape de la disciplina de la organización. Hoy triunfantes, no sólo pisan ya moqueta con solvencia y autoridad. Están a punto de quedarse con las llaves de los salones. Nunca una organización terrorista pudo soñar con tal éxito. Porque jamás una banda de asesinos se había encontrado con tantos y tan obsequiosos colaboradores en las instituciones del Estado.

Nadie podía imaginar que un presidente iba a identificar sus enfermas ambiciones con los intereses del enemigo del Estado. Hay que escarbar en el vertedero de lo peor de la historia para encontrar un Estado que se haya entregado con menos resistencia a unos enemigos tan inferiores, tan débiles y escasos en todo. Produce pasmo la facilidad con que una banda de asesinos de ideología primitiva se imponen a un Estado moderno del Primer Mundo. Da pena ver que la fe de las víctimas en la justicia era ridícula. Que hoy se revela que la única mínima justicia posible estaba entonces en la venganza. ¿Y ahora? El Gobierno Mariano Rajoy no ha impedido esta felonía. Tan despistado o indolente como la sociedad. Tras esta dejación total del Estado, el pulso a librar estará entre el programa totalitario nacionalsocialista vasco y el proyecto europeo de mayor uniformidad y disciplina.

¿Y España? A perder. La bolsa, la vida y el alma. Y siempre por cobardía e indolencia propias. ¿Cómo nos va a creer nadie si a diario demostramos que no creemos en nada? ¿Cómo nos va a respetar nadie, si aquí nadie respeta ni lo propio? En España, robar y engañar siempre valió la pena. Pero nunca fue tan rentable el crimen. Los 192 muertos del 11 de marzo bastaron para cambiar al gobierno y la historia. Los 900 asesinados en medio siglo han sido suficientes para quebrar la idea, dignidad y razón de España. Triste país que el día que no te da pena su suerte te da asco lo que ves.

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