ABC 10.08.12
La aplicación implacable de la ley tiene efectos
benefactores y correctores inmediatos
«LOS obreros comían en los hoteles, restaurantes y cafés,
negándose a pagar la cuenta y amenazando a los dueños cuando aquellos
manifestaban su intención de reclamar la ayuda de la policía. Las mujeres de
los trabajadores hacían sus compras en los ultramarinos sin pagarlas, por la
buena razón de que las acompañaba un tiarrón que exhibía un elocuente revólver.
Además, incluso en pleno día y hasta en el centro de la ciudad, los pequeños
comercios eran saqueados». Así describe en «La revolución española vista por
una republicana» la situación en Madrid en primavera de 1936 la diputada Clara
Campoamor. Lo escribe un año después, ya en el exilio, cuando ya conoce las
consecuencias terribles de la dejación total del Gobierno de la República en su
deber de cumplir y hacer cumplir las leyes. La tragedia española,
insensatamente idealizada por el anterior presidente del Gobierno, consigue de
nuevo inspirar de la peor manera posible a algunos. La culpa máxima de ese
«revival» de lo peor la tiene, sin duda, Zapatero. Y ese pringue revanchista
intelectualizado y semiculto que fomentó. Con mucha ideología y manipulación de
la ignorancia, la apología sistemática del frentepopulismo ha hecho mucho daño
a la cultura política de este país. Y aumentado el nefasto prestigio de eso que
se dio en llamar la acción directa: desde un saqueo, una ocupación, una paliza
o un secuestro a -¿por qué no?- el crimen. El grotesco espectáculo dado por el
alcalde paleocomunista de Marinaleda va en este sentido. Se trata de animar al
mayor número posibles de ciudadanos a cruzar las líneas rojas de la violación
de la ley. Y cuestionar la propia validez de las leyes violadas. Primero la de
la propiedad. Y las del orden público. Y llegado el momento se pondrían en
cuestión todas. Acabar con el imperio de la ley y con el Estado de Derecho es
el principal objetivo de cualquier fuerza revolucionaria. Y da la impresión de
que en sectores radicalizados de nuestra izquierda ya se ha declarado enemigo
al Estado de Derecho.
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