Por HERMANN TERTSCH
ABC 21.01.12
Un padre de familia ha muerto a los 31 años porque el pasado
12 de noviembre decidió salir a la calle con media docena de amigos a pedir a
gritos libertad. Tan terrible ofensa fue castigada con la detención inmediata y
una sentencia de cuatro años de prisión. A la demencial desproporción entre
acto y consecuencia respondió Wilman Villar con una huelga de hambre. Para
denunciar el absurdo y ponerle fin. Cabe pensar que, según pasó el tiempo y
ante el desprecio de las autoridades, creció su determinación de mantener la
denuncia hasta la última consecuencia que era la muerte. Ha llegado a los 50
días, con el cuerpo destrozado por el ayuno.
Todo esto ha sucedido ahora en Cuba, una vez más. En un
hemisferio en el que desaparecieron las dictaduras militares y caudillistas,
para quedar sólo esta que reúne lo peor de todas ellas, la crueldad, la
depravación, la miseria, la violencia contra el débil, el miedo y la total
ausencia de libertad. Allí queda esa isla con su régimen delirante y su
discurso fantasioso y enajenado. Con una pobreza rampante humillada por su
contraste con las vidas privilegiadas de la casta comunista político- militar y
sus agentes. Si increíble y dolorosa es la existencia de esta repugnante
dictadura, también lo es la subsistencia de una nutrida red exterior de
cómplices de la misma en las democracias occidentales. Muchos que se alarman
por cualquier gesto de autoridad del Estado de Derecho en las sociedades
libres, justifican o aplauden la brutalidad sistemática de aquel régimen contra
su población. Resulta sangrante que aún se pretenda compatible declararse
demócrata en Europa y apoyar a aquella bárbara dictadura. La tragedia de Villar
se ha consumado. Débil consuelo para los españoles ante lo sucedido en aquella
querida isla es que tenemos un Gobierno dispuesto a romper con la complicidad
vergonzosa de su antecesor con la dictadura.
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