ABC Martes, 22.11.11
NO compareció. Sin más. El presidente del Gobierno no tenía
ganas de aparecer ante los españoles el domingo. Acababa de consumarse lo que
muchos pronosticaban. Que las catastróficas consecuencias de su ineptitud y
aventurerismo político sobre la vida de los españoles iban a extenderse sobre
su Partido Socialista. Por supuesto que el hundimiento a 110 diputados que ha
cosechado el PSOE no refleja ni de lejos el daño hecho durante estas dos
legislaturas a nuestro país. Pero al menos los socialistas tendrán que
reflexionar ante los escombros de su partido y su proyecto sobre la
responsabilidad de todos ellos al permitir y jalear las tropelías de su Gran
Timonel. Dicho esto, creo que todos los españoles nos debemos permitir ahora
pasar página. Cuando el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy asuma el poder sabremos
realmente dónde estamos. Porque nos permitirá María Dolores de Cospedal no
compartir su optimismo sobre el traspaso de poderes. Ella ha dicho que espera
sea ejemplar porque así se lo ha anunciado Zapatero a Rajoy. A muchos nos
sorprendería que así fuera. Ahora, después de cuatro meses con el país
sonámbulo junto al abismo, sin nada parecido a un Gobierno, hemos de esperar
casi un mes a tener el nuevo. Van a ser unas semanas angustiosas. Pero mientras
pueden pasar cosas. Y buenas. Y muchas pueden fortalecer nuestro ánimo. Falta
nos hace. El discurso de Rajoy del domingo fue sin duda la primera de ellas. Su
declaración de principios fue una radical ruptura con la forma de gobernar de
Zapatero. El anuncio solemne del fin del sectarismo oficial, la oferta
integradora y sobre todo el compromiso con la verdad incondicional a una
sociedad adulta son aire fresco para acabar con el ambiente de fétida demagogia
ideologizada en que hemos tenido que vivir durante estos años. Son los primeros
pasos claros para salir de la anomalía de este hospicio de dependientes
atemorizados en que habían convertido nuestro país. Es evidente que Rajoy no se
ha equivocado con su
campaña. Ni con su muy medida
celebración del triunfo. Ahora todo deben ser señales a los españoles y a
Europa de que hemos entrado en un tiempo nuevo. Que será distinto a todos los
anteriores. En el que la voluntad de rigor y calidad se demostrará con todos
los nombramientos, con todas las decisiones. Decía el director de orquesta
Karajan que alguna vez puede fallar un tono pero jamás el ritmo. Y nadie puede
esperar que no haya disonancias en la ingente tarea de poner a flote esta nave
embarrancada. Pero todos los días el ritmo de la palabra y los hechos nos han
de recordar que se han acabado las trampas, las improvisaciones y los
cambalaches y que estamos en una era nueva de probidad, exigencia ética,
responsabilidad y rigor implacable. Todos los Consejos de Ministros nos han de
traer, junto a las inevitables medidas de una economía de guerra, decisiones
que prueben este compromiso. Cuando a todos los españoles se nos va a exigir
que asumamos recortes en nuestra capacidad adquisitiva y nivel de vida, el Gobierno
no se puede permitir en ningún momento un fallo de ritmo en esta reconversión
general, no ya sólo de la administración, sino de todas las actividades
económicas y sociales. Necesitamos más libertad y menos restricciones, más
respeto a la ley y menos regulaciones, más lucha contra el fraude y contra la
cultura del abuso. Un Gobierno que merezca respeto, por prestigio y eficacia.
Para ciudadanos adultos y libres. Si se consigue, cuando comencemos a
recuperarnos, quizás veamos que esta crisis se convirtió en la gran oportunidad
para hacer cuajar una España mejor.
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