ABC 17.02.12
¿CÓMO se atreven? Con ira ya
no controlada se preguntaba en voz alta el presidente de Grecia, Karolos
Papoulias, que cómo se podían atrever los alemanes y otros europeos a humillar
a Grecia. Cómo podían poner en duda su honorabilidad y su seriedad. Y, muy especialmente,
se preguntaba cómo podía hacerlo el ministro de Hacienda alemán, Wolfgang
Schäuble. Papoulias estaba sinceramente dolido, cuando hacía esta pregunta
retórica ante la plana mayor del ejército griego. La afrenta era profunda. Y el
jefe del Estado griego no es un ignorante fácilmente manipulable por la
demagogia nacionalista que surge como reacción al hundimiento de la autoestima
en la sociedad griega. Papoulias como adolescente ayudó a la resistencia contra
el invasor nazi y presenció innumerables atrocidades de las tropas alemanas.
Pero nunca habló de rencor. Y siempre de amistad. Porque el jefe del Estado
griego conoció después otra Alemania muy distinta. La democrática y
hospitalaria que le dio asilo durante la dictadura de los coroneles en Grecia y
le permitió estudiar en sus universidades. Conoce bien la Alemania moderna con
vínculos muy estrechos con Grecia, por la inmigración, por el comercio, por el
turismo. Y habla muy bien Papoulias el alemán, como tantos otros griegos
cultos. El presidente es la cara amable e ilustrada que sabe bien las culpas de
sus compatriotas en esta crisis. Y al que no puede extrañar cierta
manifestación de hastío por parte del ministro de Hacienda alemán, que lleva
años ahora intentando evitar que se hunda Grecia, y se desayuna todos los días
con un nuevo retraso, una nueva añagaza, una reserva, una salvedad sobre lo
acordado. Schäuble sólo había dicho que habrían sido preferibles unas
elecciones griegas dentro de un año, porque nadie se podía fiar de que un nuevo
parlamento, después de unos comicios en abril, cumpliera sus compromisos. Pero
si el dolor de Papoulias es sincero, la agitación general de un nacionalismo
primitivo y virulentamente antialemán que utilizan los políticos griegos es
sólo un recurso felón de los principales culpables de la situación. Es el
escudo falsamente patriótico de una casta envilecida que intenta mantener a
toda costa ese contrato social con una sociedad maleada y entrampada. Los
políticos griegos han demostrado ser unos maniobreros balcánicos. Ahora, con el
estallido de la prolongadísima estafa, los políticos griegos están demostrando
que todas estas décadas en el selecto club de las democracias desarrolladas no
han logrado alejarlos mucho de la tradicional política de la agitación y el
odio de la región de los Balcanes. Y que sus llamamientos al error colectivo y
a la obstinación en la negación de la realidad son los propios de caudillos en
Serbia, Albania o Bosnia. Desprecio ha habido por muchas partes en esta Europa
de la angustia por la supervivencia, de las nuevas envidias y los viejos
rencores y odios. Pero también es cierto que si la prensa sensacionalista
alemana dice alguna barbaridad a «la patria de la vagancia» recomendando «venda
sus islas» o «subaste la Acrópolis», los políticos alemanes han insistido
siempre en el respeto y la mesura. Mientras los políticos griegos se han
lanzado a la orgía del odio anti alemán compitiendo con la peor prensa. Las
imágenes que llegan a Alemania de banderas alemanas ardiendo, caricaturas de Merkel
con uniforme de las SS y otras lindezas, no aumentarán precisamente la
disposición alemana a la solidaridad. El odio primitivo está ganando la partida
a los lazos europeos que encarna como pocos en Grecia el presidente Papoulias.
La Unión se forjó después de dos grandes guerras para hacer imposible el odio.
No dejemos que se utilice de nuevo el odio para enfrentarnos y tapar así
responsabilidades y fracasos.
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