ABC 14.02.12
«MIRAD que os lo habíamos dicho. Que quien avisa no es
traidor y a vosotros os lo dijimos a la cara. Estábais advertidos. Que no
necesitamos reforma laboral. Para nada. Que no la necesitamos. Y vosotros, dale
que te dale. Pues ya está bien de tanta reforma. Y aquí puede arder Troya. Y lo
de Grecia va a ser una broma». Este viene a ser el mensaje de nuestros dos
inefables santones sindicales, Toxo y Méndez, Pixie y Dixie. Parecían dos
ciudadanos urbanizados. Lo eran con sus pequeños lujitos de nuevo rico, de
restaurantes de lujo, algún crucerito con la parienta, regalos en su caso nunca
cohecho, ni impropio, sus muy sólidos salarios y esa caja negra sindical en la
que nadie sabe cuánto hay, cuánto entra y cuánto sale. Lo eran, civilizados,
mientras su rutina parasitaria no se alterara y el dinero de los contribuyentes
fluyera plácida y regularmente por los cauces habituales a las arcas y
bolsillos de estos profesionales de la inmovilidad. Pero ahora que saben que
hay un gobierno que no está dispuesto al acuerdo bajo cuerda ni al apaño
mafioso, les suenan las alarmas en las sedes del trinque. Ahora estos plácidos
cándidos se nos han puesto mendaces. Pánico tienen a que se les toque el
bolsillo, horror a que se corten sus abusos de pernada en el mercado laboral,
en el que no quieren que nada se mueva sin ellos dar pase, control y cobro. Y
nos amenazan a todos. Y mucho. Dicen que si se les toca el bolsillo está en
peligro nuestro «modelo de convivencia». Ahí es nada. Cinco millones de
españoles desesperan mientras Méndez cambia de Rolex en cada reunión. Pero
querer acabar con esta situación insufrible y con el secuestro del mercado
laboral por parte de UGT y CC.OO. es algo muy grave que «puede ser muy
peligroso», nos dice el otro, Toxo, algo menos procaz que su compañero cacique
socialista. Ahora están dispuestos a todo y acaban de lanzar un órdago para
intimidar al Gobierno. Cuentan con significativas ayudas. Así hoy la mayor
fuerza de agitación contra el
Gobierno recién electo no es una
oposición política desacreditada, dividida y hundida. Lo es la televisión
pública, RTVE, que afronta todos los días como un nuevo reto de superarse en
provocación y agresividad contra el Gobierno. En un delirio izquierdista
radical que se hace patente en toda su cobertura, ya sea del juicio de Garzón o
de cualquier reforma. Según nos da a entender la televisión oficial pública más
antigubernamental y antisistema del globo, Pixie y Dixie son los máximos
representantes del indignado pueblo español que, con su inmensa autoridad y
admirable aplomo, acuden a los despachos de un Gobierno poco menos que de
usurpadores. A dar allí un puñetazo en la mesa y decir que hasta aquí hemos
llegado. Porque pretenden que sean intocables sus redes clientelares que
manejan miles de millones de nuestro dinero sin control ni fiscalización
alguna. Ya han empezado con las amenazas. Muchas y duras. Está ya claro que
quieren dinamitar las reformas desde el principio. No vayan a tener éxito. Es
una mala noticia. Pero tampoco debería alarmar demasiado. Este conflicto es
inevitable. Porque está claro que estos sindicatos son incompatibles con la
modernización de España. Que es el objetivo y el deber de este Gobierno. Ha
llegado el momento de acabar con estos sindicatos en su actual forma. Surgirán
otros, modernos y acordes a los nuevos tiempos. Estos adalides del parasitismo
han de ser desenmascarados. Y quebradas sus redes de coacción y sus cauces de
financiación con dinero público. Un Estado no puede financiar a quienes quieren
secuestrarlo.
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