viernes, 13 de febrero de 2015

PERÚ, LA NEFASTA CARAMBOLA

Por HERMANN TERTSCH
ABC  03.05.11


El país se debate en el dilema de dos candidaturas funestas para la segunda vuelta de las presidenciales del 5 de junio

Puede un país, al que le va bien, quizás por primera vez en la historia, optar por la automutilación? ¿Puede una sociedad con consenso en enjuiciar que sus últimos diez años han sido una época de bonanza y tranquilidad decidir acabar con esta tendencia y sumirse en las peores tradiciones de discordia, tensión y aventurerismo? Puede. Los españoles ya lo deberían saber. Pero ahora son otros quienes nos revelan cómo la abdicación gratuita del sentido común puede llevar a un país a un dilema en el que sólo elige ya la cara de los responsables de poner en peligro su Estado de derecho, su hacienda y el futuro de sus hijos. Es Perú, son los peruanos.

Pocas cosas habrá menos confortantes que estar convocado a las urnas el próximo 5 de junio en Perú. No serán pocos los peruanos que prefirieran pagar la multa de 70 soles, unos 20 euros, por no cumplir con su obligación de votar. Como tampoco se anuncia menor el voto en blanco y el nulo por manipulación de la papeleta.Son los intentos del votante de sustraerse al dilema que surgió con el resultado de la primera ronda de las elecciones presidenciales peruanas del 10 de abril. Habían concurrido tres candidatos que defendían posiciones similares y razonables, además de un milico golpista «chavista» y la hija de un expresidente condenado por terribles delitos de lesa humanidad y robo continuado a su país. Dirán ustedes: «¡Qué suerte los peruanos, tres candidatos razonables!». Pues no, porque los tres candidatos que representaban opciones sensatas, similares entre sí, fueron lo suficientemente insensatos, soberbios e irresponsables como para mantener hasta el final sus tres candidaturas.

Como niños convencidos de que cada uno de ellos era el capricho de las masas. Luis Castañeda, Pedro Pablo Kuczynski y Alejandro Toledo son así grandes culpables de que los peruanos tengan que elegir ahora entre dos amenazas a la democracia, Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Algo habría que decir también del presidente saliente, Alan García, que ha liquidado al partido histórico Apra con un personalismo que ya sólo lo tiene dedicado a diseñar su vuelta, otra vez, dentro de cinco años. Su mandato ha sido bueno, pese a que todos temían lo peor, recordando su nefasto paso por la presidencia entre 1995 y 2000, en el que despilfarro, corrupción y violencia lo impregnaron todo.

García, un buen presidente
Que después de aquella terrible experiencia, los peruanos volvieran a elegir en 2006 a García tiene algo de primera experiencia de elección entre males que en estas elecciones dentro de cinco semanas alcanza niveles de paroxismo. Alan García ha sido un buen presidente cuando nadie lo pensaba. Pero la oportunidad de demostrar su enmienda sólo la tuvo gracias al miedo de los peruanos a caer en manos de Ollanta Humala. ese oficial guapito pletórico de ganas de entrar a la historia de los caudillos revolucionarios, de llegar a ser un Castro con los métodos y el dinero de Chávez y crear un Estado indigenista, comunal, nacionalizado y a la postre socialista y totalitario. Alan García no cometió en su segunda presidencia las tropelías de la primera, pero puede haber cometido la suprema al haber favorecido este resultado que, todo hace indicar, va a llevar al poder al hombre al que él cortó el paso hace un lustro. Los sondeos dan a Ollanta Humala una ventaja del 6 por ciento sobre Keiko Fujimori.

¡Elijan, elijan, el militar golpista o la hija del ladrón golpista! Obtuvieron tan sólo el 31,7% y el 23,6%. Una mayoría absoluta está en contra de ambos. Los tres candidatos «ilustrados», Kuczynski, Toledo y Castañeda, con un 18,5%, un 16,5% y un 9,8% respectivamente. ¡Fíjense que cómoda mayoría para un Perú tranquilo, razonable y amable! Pero el canibalismo entre esos candidatos robó a los peruanos la alternativa tranquila. Y será una de las dos opciones nefastas la que se imponga el 5 de junio. ¡Qué fatalidad! ¡Qué mala broma de la historia! Cuando tan bien le estaban yendo las cosas a este país que hace veinte años estaba hundido en la miseria de la hiperinflación, el disparate y un terrorismo enloquecido. Credibilidad y crecimiento habían labrado esta historia peruana de un éxito reconocido por todos. Que amenaza con hundirse de forma gratuita, innecesaria, absurda. ¿Se habría evitado con un mayor énfasis en la redistribución de la riqueza? Siempre es un argumento. Lo cierto es que Perú ha crecido y ganado en todos sus estratos sociales —no por igual por supuesto.

Ya se perciben los terribles efectos que conlleva verse obligado a optar por una de estas «joyas de la probidad democrática, que diría el cínico de Keiko y Ollanta. Porque hay que tomar postura. Y en el momento en que se opta por uno, se asume, aunque sea lo último que se quiera, la defensa del otro candidato. Con lo que se acaba defendiendo lo indefendible. Aunque sólo pretenda ser una defensa de uno mismo o la justificación de un voto impensable en otras circunstancias.

Ahí está Mario Vargas Llosa que explica su voto a un militar golpista con el argumento —basado en un deseo que no en un hecho— de que Humala, bien reconducido y presionado, pueda ser más un Lula que un Chávez. Nada lo indicaba así hace unas semanas, con un programa que habla de nacionalizaciones, experimentos sociales y control a los medios. Y que recuerda a la pesadilla de la dictadura de Velasco Alvarado de 1968 a 1975 que llevó a Perú al desastre izquierdista. Pero lo que pretende realmente el propio Ollanta ya se verá. Pese a que no le creen ni quienes le van a votar, gracias al Premio Nobel, no pudo empezar mejor la campaña de segunda vuelta. Tiene el apoyo abierto del Brasil de Lula y Rousseff, que ya se comporta como un imperio en la región. Y tiene capitales intereses en Perú como acceso al Pacífico.

Pero debe su ventaja sobre todo a quienes, por miedo u odio a Fujimori padre, prefieren la aventura del milico que piensan —como pensaban las sociedades venezolana, ecuatoreña o boliviana—, no podrá ser al final tan malo como parece. La sociedad limeña no se lo perdona al escritor. Estas pasadas semanas se dicen pestes de él. Dicen que antepone su venganza contra Fujimori a los intereses del país. Que jamás digirió su derrota, que abandonó el país y que ahora ayude a un militar izquierdista a llegar al poder. Desde fuera y con la nacionalidad española. Entre los más duros críticos de Vargas Llosa está Jaime Baily, el brillante escritor y polemista que está en campaña activa a favor de la candidatura de Keiko, por quien por supuesto no siente afecto alguno. Pero considera que jamás podrá hacer tanto daño y sobre todo de forma irreversible como se teme de Humala.

Da la impresión de que Vargas Llosa se impondrá a Bayly. Y que muchos firmes defensores de la libertad y la sociedad abierta, como la revista «Caretas» con su director Marco Zileri o el escritor y periodista Gustavo Gorriti, han decidido ya que la peor amenaza que ven es la excarcelación y el retorno de una mafia de Fujimori y en el peor caso de Vladimiro Montesinos, su valido de mente criminal.

Otros se suman desde una prudente equidistancia. En la esperanza de que sea un Parlamento fraccionado el que impida que Humala se exceda en sus aventuras izquierdistas y autoritarias. Ahí podrían estar el escritor y gran pope de la radio Raúl Vargas y el periodista de «El Comercio», Aldo Mariátegui. En salir del callejón con mucho cuidado. Evitar que el país se rompa y asumiendo el lustro próximo como una travesía de la que salir con el menor daño posible.

Pero en otros muchos se nota ya el miedo a criticar a Ollanta como antes lo hacían. Y a elevar la virulencia de la crítica al «fujimorismo» como si ya se hubiera decretado como doctrina de Estado. Se hace fuerte una prudencia que revela temor a la represalia por venir. Como si tras años de gozar una libertad que se ha traducido en libertad y reconocimiento, ya se estuviera Perú preparando para una era en que, de nuevo, la llamada de madrugada pudiera no ser del lechero.

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