ABC 22.05.12
LOS madrileños, maltratados y aburridos por manifestaciones
de todo color y pelaje, podrían en los próximos días verse sorprendidos por una
variación de la protesta en forma de divertimento curioso. Conociendo las
habilidades de los sindicatos para caricaturizar, ridiculizar o injuriar a sus
adversarios, enemigos o meros objeto de crítica, estoy viendo las divertidas
imágenes de las pancartas y pasquines de los trabajadores de la UGT cuando
salgan a manifestarse en contra de sus despidos por parte de la dirección del
sindicato. En Madrid son 36 trabajadores de la sede central los que van a ser
despedidos por medio de un ERE, y los afectados y sus compañeros han convocado
un día de protesta a la semana. Se supone que para forzar a la dirección del
sindicato de Cándido Méndez a sentarse a negociar los despedidos o a comerse
con patatas todo el ERE que suele ser el objetivo máximo y lógico de toda
protesta sindical que se precie. No sé si en los pasquines aparecerá un Cándido
muy gordo en chaqué, con sombrero de copa, copa de champán, un grueso puro
habano, dólares y euros asomados a los bolsillos. Y bajo sus pies y su trasero,
representando la explotación y al terrible opresor, unos hombres exhaustos,
mujeres gimientes y niños descalzos. No sé si se dirigirán a su despacho o a su
casa a acosarle y llamarle «ladrón» como a tanto empresario y cantarle eso de
«obrero despedido, patrón colgao». Que es, como parece, un lema poco civilizado
de los peores y más tenebrosos tiempos de nuestra preguerra civil, pero que se ha
vuelto a ver escrito y escuchar en esos círculos en los que la era Zapatero
tanto animó a la memoria en su peor sentido. Tenga cuidado Méndez estos días y
semanas no vayan a sorprenderle los piquetes de despedidos en algún restaurante
céntrico, porque le podrían montar un buen lío aunque no sea un chino de lujo.
Lo cierto es que Méndez ayer habló de este ERE en Madrid porque no le quedó más
remedio. Y lo que dijo fue precisamente eso, que no había
más remedio. Y que por eso, por falta
de opción, alternativa o remedio, tenía que despedir. Ya saben, ese acto de
suprema violencia. Cándido Méndez siempre ha demostrado una cachaza muy
considerable al asumir la realidad e interpretarla. Menos en la primera que en
la segunda acepción de la RAE. Es decir, menos como «lentitud y sosiego en el
modo de ser o actuar» que como «desvergüenza, descaro». Porque el señor Méndez,
que dirige un chiringuito que financiamos todos, no ha mostrado ningún sosiego
a la hora de azuzar a sus huestes, cierto que muy mermadas, contra el Gobierno
de la Nación y contra una sociedad cansada. Que lucha contra una crisis que se
gestó cuando el señor Méndez jugada a ser vicepresidente del Gobierno y experto
en economía. Méndez y su gente no han dejado de insultar y descalificar a
gobernantes y empresarios por tomar medidas sin remedio. Y ahora, el pirómano
que, con su amigo Toxo, quiere incendiar las calles de España para defender los
privilegios de susodicho chiringuito, dice no tener remedio que evite dejar
desempleados a sus trabajadores. ¿Se han revisado el sueldo él y sus
compañeros? Quizás. Lo cierto es que ellos no ponen en peligro su patrimonio.
No corren el peligro de perderlo como miles de empresarios españoles que,
difamados y acosados por ellos, no pudieron hacer ajustes en sus empresas a
tiempo y tuvieron que cerrar. Por falta de reformas. Y tuvieron que echar a
todos los empleados. Sin otro remedio. ¿Callará Méndez? ¿Por vergüenza? ¡Quia!
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