ABC 25.05.12
SÉ que es un ejercicio insufrible de petulancia. Pero no me
puedo resistir. Espero que me entiendan y si no, que me perdonen. Pero no puedo
sino citar aquí los dos últimos párrafos de la columna publicada del 16 de
marzo pasado, aquí en mi Montecassino en ABC. Son los siguientes, aquí unidos:
«El problema está con esos sectores de las aficiones de ambos equipos, que son
grupos fanáticos de los respectivos nacionalismos radicales. Y que, ya lo han
anunciado, llegan a Madrid a organizar un aquelarre independentista con todas
las ofensas posibles y pensables contra España, su capital, y el Rey, que
estará en el estadio. Estos grupos vienen a Madrid a insultar a España y las
instituciones. Los clubes que juegan no han dicho aún nada. Pero sería deseable
que lo hicieran. Porque muchos españoles estamos hartos de los insultos y las
agresiones de quienes piden para ellos exquisito respeto. Somos muchos los
madrileños y españoles que pedimos a los clubes que exijan respeto a sus
aficiones. Y que exigimos por nuestra parte a las autoridades que no permitan
un espectáculo desmoralizador en el estadio. Que todos estén avisados de que a
la ofensa y agresión a las instituciones se responderá con la suspensión del
partido. A ver el fútbol con respeto, todos bienvenidos. A montarla, a casa».
De esto hace más de dos meses. Entonces recibí unos cuantos
mensajes de apoyo a la idea, las consabidas críticas, más o menos razonables, y
los siempre furiosos ataques de quienes me consideran un monstruo a liquidar.
Sin mayor novedad por tanto. Fue esa idea la que expresó Esperanza Aguirre a
preguntas de Arcadi Espada. Una idea que dos británicos, un magistrado y un
empresario exmilitar me calificaban ayer como la de estricto sentido común.
Idea que comparten sin duda millones de españoles. Pero que muchos creen mejor
ocultar. Causa menor molestia formar parte de lo que llamaremos el grumo social
de los consentidores. «No nos sintamos aludidos». «No ofende quien quiere...».
«No caigan en las provocaciones». Hay más. Con cinco o seis frases comodín los españoles
parecen todos ser educados para permitir, sin mala conciencia, que aquellos que
los ofenden gocen de impunidad plena y finalmente dominio. Desprestigiada toda
apelación al honor, a la dignidad, a la patria, apenas queda la de la ley, que
normalmente se neutraliza apelando a posibles males mayores en caso de
aplicarse o imponerse. Pero además, en esta inmensa fiesta de la hipocresía, la
debilidad y la mentira, todos han de justificar su complicidad o tolerancia
absoluta con el agresor. Y lo hacen con la furiosa descalificación personal a
quienes se opongan a admitir la afrenta o ultraje. Lo que hemos visto después
de la entrevista a Aguirre en el programa de Carlos Herrera ha sido un
espectáculo tan bochornoso como ilustrativo del problema de nuestro país con la
dignidad y la vergüenza, pero ante todo con la verdad. Todos contra Aguirre con
los medios que sea. Porque las palabras de la presidenta de la Comunidad de
Madrid fueron sistemáticamente manipuladas para hacerlas parecer una exigencia
de suspensión de la final presentada como iniciativa propia. A la incendiaria
Aguirre se refería en portada La
Vanguardia, que parece el Avui en lo que Galinsoga llamaba la lengua del
imperio. En RNE, exquisitos, ponían en boca de Aguirre
un llamamiento «al paredón». Compitieron los medios en sus insidias. Hace dos
meses hablábamos aquí de la amenaza de la provocación nacionalista y la medida
lógica de autodefensa. A los cómplices los conocemos. Lo que no pudimos
calcular es cuánto consentidor ha minado la mera posibilidad de un debate con
decencia.
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