viernes, 20 de febrero de 2015

UN EJERCICIO DE PETULANCIA

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  25.05.12


SÉ que es un ejercicio insufrible de petulancia. Pero no me puedo resistir. Espero que me entiendan y si no, que me perdonen. Pero no puedo sino citar aquí los dos últimos párrafos de la columna publicada del 16 de marzo pasado, aquí en mi Montecassino en ABC. Son los siguientes, aquí unidos: «El problema está con esos sectores de las aficiones de ambos equipos, que son grupos fanáticos de los respectivos nacionalismos radicales. Y que, ya lo han anunciado, llegan a Madrid a organizar un aquelarre independentista con todas las ofensas posibles y pensables contra España, su capital, y el Rey, que estará en el estadio. Estos grupos vienen a Madrid a insultar a España y las instituciones. Los clubes que juegan no han dicho aún nada. Pero sería deseable que lo hicieran. Porque muchos españoles estamos hartos de los insultos y las agresiones de quienes piden para ellos exquisito respeto. Somos muchos los madrileños y españoles que pedimos a los clubes que exijan respeto a sus aficiones. Y que exigimos por nuestra parte a las autoridades que no permitan un espectáculo desmoralizador en el estadio. Que todos estén avisados de que a la ofensa y agresión a las instituciones se responderá con la suspensión del partido. A ver el fútbol con respeto, todos bienvenidos. A montarla, a casa».

De esto hace más de dos meses. Entonces recibí unos cuantos mensajes de apoyo a la idea, las consabidas críticas, más o menos razonables, y los siempre furiosos ataques de quienes me consideran un monstruo a liquidar. Sin mayor novedad por tanto. Fue esa idea la que expresó Esperanza Aguirre a preguntas de Arcadi Espada. Una idea que dos británicos, un magistrado y un empresario exmilitar me calificaban ayer como la de estricto sentido común. Idea que comparten sin duda millones de españoles. Pero que muchos creen mejor ocultar. Causa menor molestia formar parte de lo que llamaremos el grumo social de los consentidores. «No nos sintamos aludidos». «No ofende quien quiere...». «No caigan en las provocaciones». Hay más. Con cinco o seis frases comodín los españoles parecen todos ser educados para permitir, sin mala conciencia, que aquellos que los ofenden gocen de impunidad plena y finalmente dominio. Desprestigiada toda apelación al honor, a la dignidad, a la patria, apenas queda la de la ley, que normalmente se neutraliza apelando a posibles males mayores en caso de aplicarse o imponerse. Pero además, en esta inmensa fiesta de la hipocresía, la debilidad y la mentira, todos han de justificar su complicidad o tolerancia absoluta con el agresor. Y lo hacen con la furiosa descalificación personal a quienes se opongan a admitir la afrenta o ultraje. Lo que hemos visto después de la entrevista a Aguirre en el programa de Carlos Herrera ha sido un espectáculo tan bochornoso como ilustrativo del problema de nuestro país con la dignidad y la vergüenza, pero ante todo con la verdad. Todos contra Aguirre con los medios que sea. Porque las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid fueron sistemáticamente manipuladas para hacerlas parecer una exigencia de suspensión de la final presentada como iniciativa propia. A la incendiaria Aguirre se refería en portada La Vanguardia, que parece el Avui en lo que Galinsoga llamaba la lengua del imperio. En RNE, exquisitos, ponían en boca de Aguirre un llamamiento «al paredón». Compitieron los medios en sus insidias. Hace dos meses hablábamos aquí de la amenaza de la provocación nacionalista y la medida lógica de autodefensa. A los cómplices los conocemos. Lo que no pudimos calcular es cuánto consentidor ha minado la mera posibilidad de un debate con decencia.  

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