ABC 27.01.12
QUIZÁS ya sepan que tenemos de viaje por Francia y España
una «Comisión Internacional de Verificación». Ahí es nada. No, no crean que son
parte de esos autodenominados «observadores internacionales» que han acudido al
llamamiento de juez Baltasar Garzón para montar el espectáculo de desacato a la
Justicia española para mayor gloria del juez protomártir. Los juristas
izquierdistas y despistados que Garzón ha convocado, han venido a descalificar
al Tribunal Supremo y a las instituciones españolas. Bajo esa mentirosa
denominación como si vinieran a Zimbabue, encargados por organismos
internacionales o gobiernos a vigilar la conducta de indígenas y primitivas
instituciones. Son internacionales en la medida en que son extranjeros. Pero
son tan solo amigos en sus lobbies izquierdistas,
eso sí con conexiones para conseguir que parte de la prensa extranjera haga el
ridículo con sus fantasmas del franquismo y la persecución al juez que llora.
La «Comisión de Verificación Internacional» es otra cosa. Aunque igual de impostora,
por supuesto. Son cinco altos funcionarios jubilados de diversos países, que se
ganan su sobresueldo con este tipo de operaciones oficiosas en la lucrativa
industria de la mediación y la sentimentalidad política de la izquierda, mundo
en el que, por cierto, Garzón es el puñetero amo. Están «verificando», dicen,
el alto el fuego de ETA, por encargo de otro de los grandes listos en este
negocio que es el mediador Brian Currin. Todos forman parte del elenco para el
desarrollo del programa que establecieron ETA y el Gobierno Zapatero en su gran
apaño. El que culminó en la grotesca Conferencia de San Sebastián. Ahora están
preocupados los gestores de este programa que Zapatero negoció a espaldas de
los españoles. Y que llevó a ETA como Bildu y Amaiur a las instituciones
españolas y a grandes cotas de poder en el País Vasco. Están preocupados porque
el programa acordado por Zapatero con ETA incluía la salida de los presos de
las cárceles.
De forma más o menos rápida. Era, junto a la legalización,
el pago por ese cese definitivo de las armas, en un principio diseñado para dar
la victoria a Zapatero en las urnas. Después llegó la crisis y Zapatero fue
cadáver político. Pero ETA y su tropa reclaman se cumpla esa parte del trato. Y
amenazan, aun de forma larvada, con que «no habrá paz sin amnistía», como
gritaban recientemente en Bilbao. Con lo que no contaban era con un Gobierno
que respetara el Estado de Derecho. Y la dignidad de las víctimas. Mal asunto.
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